lunes, 21 de diciembre de 2009

FELICES FIESTAS

Para los seguidores habituales y a los eventuales también, mi más afectuoso saludo, en las fiestas venideras. Les agradezco, la paciencia, los comentarios y las criticas.
Atte. Arnold Coss

viernes, 4 de diciembre de 2009

La Pirata, sus primeros pasos...( Parte I)

Por arnold Coss

Al cumplir sus 12 años, a Clara María de las Mercedes Carreras, le pasaron dos cosas muy importantes. Por primera vez se indisponía y lo poco que le habían contado (casi nada), solamente sirvió como un aviso. Los síntomas y el malestar no estaban en sus planes ni remotamente. La segunda, fue la noticia menos esperada. Ya tenía la edad adecuada para ser internada en el colegio de pupilas.
Era de esperar que su padre Juan Antonio, fuera de pocas palabras y hasta se diría insensible en las expresiones, pero el mismo día de su cumpleaños, a la hora del almuerzo y sin rodeo previo, darle semejante noticia, solo hizo acrecentar la necesidad de querer irse y cuanto antes mejor.
Dejaba tres hermanos menores y uno mayor. Pedro, tan solo un año y 13 días mayor, ya era todo un capataz, su vida se limitaría a la estricta vocación de empleado de estancia y su función principal, solamente se desarrollaría en el horno de ladrillos. El barro pisado a caballo, mezclado con paja, serían su primer conocimiento técnico. La carga del barro preparado y el moldeado en las bandejas, la parte de fuerza. El secado al sol, puestos en la cancha a 45° grados serían su paciencia y finalmente, ponerlos a calentar dentro del inmenso horno de ladrillos, la culminación de una obra tan noble como rutinaria. Así se irían uno a uno los días de Pedro y quizás de sus hermanos menores. Para Clara María de las Mercedes, otro destino comenzaba a escribirse.
Recorrido los veinte kilómetros hasta el pueblo, esta vez sin el vestido blanco, como cuando la llevaban a misa en las fiestas patrias, bajó del sulky con su bolsito hecho de arpillera y tientos, unas pocas prendas y los ojos nublados, que empezaban a extrañar, lo que sabía no volvería a ver por mucho tiempo.
Su madre Olga Anastasia Díaz, no se esforzó en la despedida, siempre a las sombras de su esposo habían curtido sus pensamientos. Un hasta luego hija, fue suficiente, después los quehaceres de la casa, no la dejaron distraerse demasiado.
Un día entre copas me contó que la frase del libro Don Segundo Sobras, “me fui como quien se desangra”, la identificaba de cuerpo entero en aquel momento.
Habían pasado varios meses de aquel triste 15 de octubre de 1962, no volvió a ir a su casa por varios motivos. Algunas veces la lluvia hacía intransitable el camino de tierra, otras el calor abrazante, impedía que los caballos hicieran en un solo día los 20 Km. Ida y vuelta y otros, porque -en las casas, no se puede parar de hacer las cosas, como para andar de viaje, mija.- fueron las únicas palabras a modo de disculpas que le dio su madre, en el ultimo y fugaz encuentro.
La escuela fue un trámite, tan habida de conocimientos estaba, que llegar al tercer año no le costo demasiado.
Cuando la Hermana Superiora, le comunicó que ya era hora de empezar a trabajar, supo que venía otra nueva vida. Sus días en el claustro estaban contados. Las salidas serían una forma de volver a escapar.
No dejaba nada a sus espaldas, sus ocasionales compañeras pupilas, no habían sido de mucha ayuda en cuanto a la comunicación y las ocasionales compañeras de grados, no se dirigían hacia ella, más que con palabras de compromiso.
Fue muy dura la vida en el internado de señoritas y muy rigurosa la enseñanza religiosa, con lo que pasaría mucho tiempo, hasta que empezara a sentirse liberada.
A los 17 años, ya era una mujer de figura armónica, su pelo negro, ya no tenía los rasgos amarronados del quemado del sol de cuando era chica. Su educación alcanzaba, para expresarse adecuadamente y su sonrisa florecía sin disimulos cuando tomaba el vuelo de lo espontáneo.
Así fue como llego con su vida, a la estancia Las Flores, propiedad de Don Luciano Fortabat, hombre adinerado e influyente como pocos. Alguna vez, se lo supo ver por Gualeguay, aterrizaba con su avión particular y salía en la Estanciera que lo esperaba al pié de la pista. Cuentan que le encantaba manejar a grandes velocidades y puede ser nomás que así sea, porque una tarde, arranco de cuajo una tranquera, por no frenar a tiempo.
En esa estancia Clara María de las Mercedes, hizo sus primeros pasos de trabajo. Siempre con su gesto amable, bien parada y de impecable uniforme.
Fueron necesarios unos pocos años, hasta convertirse en la ama de llaves ideal. Sabía leer, escribir, muy prolija en su quehaceres, con la que el capataz, Don Carlos Torrente, la puso al mando de toda la servidumbre. Este liderazgo incluía a los peones, jardineros, y proveedores que diariamente circulaban por el casco de la estancia.
Tanta capacidad y manejo en el trabajo, acrecentó aún más su figura como mujer. No pasaba desapercibido su cuerpo y los ojos que se posaban en ella, ya no eran solamente de la peonada, todos los visitantes ocasionales o no, de los patrones.
Así fue como una tarde Don Carlos, no se permitió el lujo de solamente desearla y la abrazó con fuerzas, en un santiamén los dos estaban en el piso, la alfombra fue testigo de la primera relación sexual de Clara María de las Mercedes, su vida una vez más cambiaba drásticamente.
No es sencillo contar lo que paso luego. Arrumacos, visitas a escondidas, corridas en el campo, miradas disimuladas en los fogones, escapadas al pueblo a ver, vaya a saber que cosa. Todo eso paso en seis alocados meses.
La realidad golpeo su puerta, la tarde que la Sra. de Don Carlos, anunciaba su cuarto embarazo. Era brava la señora y tenía entrenada a su gente. Seguramente a estas alturas ya sabía lo del romance y ahora en este estado no dejaría que su esposo siguiera buscando favores, fuera de su cama.
Nunca se prometieron nada y seguramente en sus pensamientos sabían de lo efímero que podía ser la historia que los unía. Don Carlos, capataz como pocos, altanero y bravo con sus retos, tenía su talón de Aquiles y ese eran sus hijos. Los gemelos Facundo y Fernando de 10 años y Juana de 6.
La patrona, como le decían en la estancia, no se quedaba atrás en sus mandos. De malos modales, siempre al borde de la histeria, con el grito listo para salir sin importar el destinatario. Fue ella quien decidió dar el paso adelante, nada se movía sin su consentimiento y enterarse del romance no le tomo mucho tiempo, quizás acostumbrada a las aventuras de su esposo.
Una tarde, en plena siesta, donde lo único que se escuchaba era el incesante chirriar de las chicharras, comenzaron los gritos. La patrona amenazaba sin retazos a María de las Mercedes. Los insultos fueron creciendo en tenor y volumen. La paisanada y el personal de servicio, se encontraron al pie de sus catres, como esperando saber como terminaba la disputa. El estruendo producto del disparo de una escopeta recortada, los sobresaltó, el estallido de un vidrio, el ruido a pasos acelerados, otro disparo y el grito desgarrador que significaba una sola cosa, el tiro había llegado a destino.Con el último esfuerzo, Clara María de las Mercedes, había llegado, hasta el alambrado que separaba los corrales del parque perimetral del casco de la estancia. Jadeando y con su pierna derecha ensangrentada, a la altura del muslo, se trepó hasta el tercer hilo del alambre de púas y allí no resistió el dolor, quedó colgada, el dolor insoportable dio paso al desmayo. Se despertó tres días después en una cama de sabanas blancas del hospital San Antonio, entre adormecida, desorientada y con mucha sed. Allí recibe la otra gran noticia que cambia su vida drásticamente, su pierna derecha había sido amputada y el mundo peso como plomo en sus hombros. Nada sería igual después de eso, la vergüenza, el alcohol y la prostitución fueron sus siguientes pasos, pero ese cuento, la tienen como protagonista en otra historia.......
(Ver Un Secreto Conocido)

martes, 3 de noviembre de 2009

La Lluvia y mis recuerdos...

por Arnold Coss
Adonde va la gente cuando llueve, se preguntan Pedro y Pablo desde el ordenador. La verdad, es una pregunta en la que uno nunca queda mal cuando la hace, da lugar a la charla, es imaginativa en la búsqueda de respuesta.
Hace unos 25 años, me reí fuertemente cuando Carlos Artesi, “artezaun” para los amigos, respondió sin disimulos,
- Me encantaría estar en casa, leyendo el Gráfico, comiendo tortas fritas y tomando mates con mi mamá.
Hoy extraño las tortas fritas de mamá y mucho más a ella, me encantaría verme en el mismo cuadro. La respuesta de mi ex compañero ya no me causa gracia como entonces.
Cuando en el piso 13 de Paraguay y Billinghurs, sacaba las ollas al bacón, para escuchar el sonido del golpeteo de las gotas y así recordar fugazmente mis sonidos de la casa en Gualeguay.
La lluvia nos presenta melancólicos. Recordaba las interminables tardes nadando en los zanjones de la calle 25 de Mayo, cuando aún era de tierra, ahí nomás, donde hoy está el cuartel de bomberos. Ni hablar de los más peligrosos y torrentosos que nos llevaban sin demoras hasta las puertas del viejo aeroclub, en la calle ancha. Si hoy viera a mis hijos haciendo semejante cosa, creo que no resistiría al infarto.
Pienso en aquella navidad, que inició una pedrada como jamás se recuerde. Aún hoy 30 años después se dejan ver algunas persianas maltrechas. No la olvidaré y creo que todos los que la vivimos recordaremos el golpeteo incesante, atormentador. Con mi hermana María Elena, sosteníamos con toallas la ventanita de vidrio de la puerta principal, amortiguando los golpes, mientras el techo se llenaba de uno y cientos de agujeros. Gualeguay quedo desbastada. La imagen de la calle con millones de hojas en el piso. La piedra como un gran bloque de hielo, apilada contra las casas. Todos los que en familia compartíamos la tarde quedamos atónitos. La casa de mis tíos sufrió también averías, el llanto de Alcira quedo en mis oídos. La lluvia termino de completar el caos y el agua entrando por todos lados.
Las historias de aquel día se fueron multiplicando, las anécdotas tomaron dimensiones difíciles de creer, aún cuando fueron vividas en el más cruel de los miedos. El miedo al rigor de la naturaleza, miedo a no encontrar un lugar libre del espanto.
Esa pedrada me mostró repentinamente, lo frágiles que somos ante nuestro universo inmediato y la lluvia me dejo un recuerdo de miseria, el de no poder controlar algo tan sencillo, algo tan mundano. Nuestro techo dejaba de ser seguro y con el, buena parte de mi inocencia.
Ver llover durante días y escuchar en la radio, los centímetros del río en Puerto Ruiz, en el arroyo Clé, en el balneario municipal, era como tener la información de primera mano, una crónica sin piedad para los cientos de inundados. Cada centímetro contaba como metros, cada centímetro los arrastraba un poco más y en ese poco a poco seguir perdiendo su lugar.
Siempre me imagine como que el río les pedía prestada sus cosas por un rato.
La lluvia traía desconsuelo y pavor para Anamaría. Ir o volver de la Rivera, en Tapalqué, representaba un desafío incontrolable. La angustia y desesperación se acrecentaban al ritmo de los metros avanzados. Suplicar internamente a Díos por el arribo a destino. El barro representaba las peores de sus pesadillas, el llanto contenido, era su peor pesadilla.
Las lluvias de Camboriú, nos dieron una visión distinta, era la playa, los días de oro, la imagen real del que me importa. Que lloviera todo lo que quisiera, seguro en un rato cuando te canses, voy a seguir siendo el mismo, solamente un poco más húmedo.
El adentro en una tarde de lluvia, sin chicos pululando y sin sueño apresurado, trae en este momento, el más lindo de los recuerdos, siempre y cuando, se este pensando, en la mejor de las compañías.
Al “chino” Bruzone le gustaba caminar por Av. de Mayo, cuando la lluvia le daba en la frente, así, sin preocupaciones, con el destino por delante y el chapoteo en los pies. Algún analista, se haría una panzada con ese relato.
Un amanecer con lluvia, puede ser tedioso, si tenemos que salir. Puede ser alentador, si podemos remolonear lo que queramos. Puede ser espantoso si el día de parque con los amigos, termina suspendido.
Las tardes de lluvias, perdidas jugando al ajedrez, por horas y horas, con mi amigo Rafa, allá en el departamento de Caracas….

La lluvia inspira, lo dije ya, pero hoy no llueve y mi inspiración no vino. El pronóstico de buen tiempo, arruino mi tarde aciaga.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Un llamado, un cuento y la pelota.



Por Arnold Coss



Hace unos días, mientras estaba intentando rescatar del laberinto, algún “nuevo” recuerdo, me llega un mensaje inesperado. Era Cecilia, que desde el otro lado del mundo, me escribía, contándome lo bueno que le había parecido De Recuerdos y Olores, no sin antes aclarar; que como mujer, no le encontraba otro lado, que no fuera el divertido. Ya habían llegado los saludos de Claudio, Rafa y el de Jorge. Un instante después, otro llegó, era Alejandro, un amigo de la vida que me sorprendió con sus líneas.
Hacía un largo tiempo que no teníamos comunicación. Aunque sabíamos de nuestra estima, a veces el tiempo pasa y el registro queda un tiempo como suspendido, como en el olvido.
Inmediatamente le devolví el correo y la respuesta no se hizo esperar. Acordamos encontramos al terminar su programa en la Radio.
Casi sobre las 18 hs. llegué agitado de subir esas enormes escaleras, siempre me hicieron acordar a las de LT 38 Radio Gualeguay, dispuestas de la misma manera y con el mismo color blanco. Con un gesto amable y sonrisa cómplice como pocas, me indicó que pasara, era evidente que nos une un afecto recíproco.
- Vení pasa, pasa Arnold; cebate unos amargos…..
Me senté a su lado, donde el termo y el mate, esperaban dar otra ronda.
El gran Víctor Hugo daba por terminada su tarea, Román a un costado esperaba que el operador diera el ok, para entonces, levantarse y acomodar sus papeles desplegados en la mesa de trabajo.
Entre salidas especiales y propagandas, me comentó sobre su visita a Gualeguay.
- Lo vi lindo! Me pareció más grande que la última vez. El teatro se llenó y con el Turco nos sentimos muy a gustó.
Me contó que se comieron un asado espectacular en lo del Mencho y con su clásica voz de admiración me afirma
- Qué jugador, mamita! Que año el 95 en River. Qué mal le pagaron cuando se fue, no lo merecía. Ramón me parece, se equivocó al dejarlo ir. Susurró a modo de sentencia.
El mate circulaba sin pausa, en un momento; como en un acto de arrojo, con los nervios de un principiante, le puse enfrente dos hojas escritas en tiempo record.
- Alejandro, me harías la gauchada de leer este cuento? Me gustaría tu opinión.
Era mi último cuento, unas líneas, salidas como arrancadas de lo profundo de mis recuerdos.
Me miró con paciencia, no pude descifrar si la oferta lo incomodó, esa es una cualidad impagable, que tienen los que saben de la vida, los que miran con ojos de buena gente, saben cuidarse de no herir sentimientos.
Tomo las 2 hojas, intentó un suspiro, él sabía que era un compromiso, pero su don de gente educada superó el momento y me sentí horrado con su lectura.
Atento, seguí todas sus expresiones mientras leía. Note como avanzó rápidamente los primeros renglones, en un momento arqueó las cejas, como si algo le llamaba la atención, era evidente que se había interesado, levanto la vista, pero la mirada no estaba dirigida hacia mi, sino al gran maestro.
- Víctor Hugo. ¿Tenes tiempo. No te quedas a escuchar?
Me sorprendió el pedido, sabía que le podía gustar, pero de ahí a compartir con él ese momento, me gratificaba por un lado, me inquietaba, por el otro.
Alejandro leyó como en sus mejores galas, sin interrupción el cuento soñado.
Ese que habla de los Sábados a la tarde, de cómo comenzaba el ritual. Después de almorzar y salir como escapandos y rápidamente, con el ultimo bocado en la boca; de esa manera, dábamos por iniciada la ceremonia. Sentarse en el tronquito de lo de Pocho era señal de presencia, a su alrededor, todos los demás tomábamos un lugar.
También habla del momento deseado que llegaba, de cómo los más chicos, esperábamos a ser elegidos y de la agonía de saber que las vacantes no eran las suficientes. Hacíamos “gancho”, para que alguno de los grandes, se hubiese tentado con la siesta y se demorara más de la cuenta.
Habla de aquel equipo, formado para un desafío contra los del Pancho Ramírez. Defensores de Tanque se llamó. Habla de Miguel Britos y sus atajadas espectaculares, de Carlitos Saldaña y sus corridas, del Nene Valiero, el distinto, dueño de una zurda prolija y certera, de Pichi Terragno, el rapidito y de otros tantos amigos de la infancia.
Conté del debut y de nuestro primer partido por plata. De cómo nos corrieron a piedrasos para no pagarnos el ajustadísimo, pero merecido triunfo. Habla de desafíos y de muchas otras cosas más.
Le encastré anécdotas, me acordé de Pity, cuando dejo en su pierna izquierda las huellas imborrables de un alambre de púas, en la chacra del gordo Dunat. El mismo con el que una foto en blanco y negro nos retrató, mostrando la realidad de un pasado sin distancias. Como cuando con Juana mi amigo entrañable, aprendimos a llamarnos con silbidos en clave, era la señal para ir a jugar incansables, con alguna pelota improvisada y escaparnos de la siesta obligada.
Ese cuento, también narraba; como era vivir pensando solamente en la pelota. Que el tiempo despierto debía estar ocupado casi con exclusividad, a su majestad, “la redonda”. De cómo pegarle, como correr con ella de compañera; de cómo dormir abrazados, era como no desprenderse nunca del tesoro más preciado.
Habla también de cómo se perdió, sábado a sábado todo vestigio de aquellos días.
Cuando terminó su relato, me pidió inmediatamente permiso para poder contarlo en sus actos, al momento que recibía el consentimiento del maestro. Se lo veía satisfecho por lo que había escuchado. Román, hombre de palabras como poco, estaba callado, pensativo, señal evidente que también le había gustado.
Sentí un placer enorme al ser felicitado, el apretón de manos, fue un premio más que suficiente.
El sábado, Alejandro lo leyó en su programa. El productor, se asombró. El teléfono no paró de sonar, los e-mail llegaron a montones. Mujeres, hombres y chicos, pedían que lo repitiera y quizás un día de estos lo haga. Les garantizo, que ustedes también lo van a pedir y disfrutar como todos ellos. Estoy seguro también se emocionarán y porqué no, una lágrima les ruede como al pasar.

sábado, 1 de agosto de 2009

Caricias y algo más...


Por Arnold Coss


Julia festejaba los 15 años de Mariana su única hija. Había tenido muchas privaciones, hasta de las más básicas, pero nada importaba, solamente la fiesta de cumpleaños de su amada niña la hacía sentir completa. Mantenía contra viento y marea su objetivo, lograr darle la mejor de las sorpresas, la alegría más soñada.
Durante un año caminó las 20 cuadras a su trabajo, tenía que ahorrar. Desayunaba un té con leche que le ofrecían cuando tomaba su turno en la fábrica, comía con ansias el pedazo de pan con manteca y sus ojos brillaban, se sentía nuevamente en forma.
Julia sabía de miradas escondidas, caminaba siempre con sutileza, jamás la vi. correr, nunca la vi detenida.
Cuando supo que estaba embarazada, estallo en lágrimas, el mundo se abría a sus pies en la sala de maternidad del Hospital San Antonio. Instintivamente se cubrió la cara con sus manos, tomo aire como para explotar en un llanto contenido, pero no. Levantó la vista y el póster del feto dentro de un vientre la dominó. Habían pasado dos minutos de la noticia, demasiado tarde para lágrimas se suele decir. Ella así lo entendió y su vida, no volvió a ser la misma.
No sabe exactamente cuando fue ni con quien, el sexo era un juego, lo verdaderamente importante eran las caricias que recibía y detrás de ellas imaginar como serían las de un padre que nunca conoció.
No se contenía a la hora de actuar, conquistó y fue conquistada. Le tocaron amantes torpes, desconsiderados, novatos, experimentados, lo que fuese, lo importante era ser acariciada y sobre esa balanza, sostenía o no a sus hombres.
He escuchado muchas historias, pero la de ella me emocionó en aquel momento y me emociona ahora en el relato.
Me describió un lugar, un instante; pero no al joven que estuvo con ella. El también le había preguntado por su vida, sus inicios, sus gustos, sus tentaciones, sus miserias, todo eso a cambio de caricias y algo más.
Una noche muy fría de Agosto, se encontró con lo que había salido a buscar. No tardo mucho en estar nuevamente tirada en el piso, sobre una frazada que olía a humedad, puesta para simular una improvisada cama, en el centro de esa gran habitación. El lugar sí le llamó la atención y ciertamente nunca fue de reparar en ellos, pero este tenía un olor a madera antigua recién pulida.
La casa, con típica fachada de las de los años 30, tenía un portón enorme de madera, accesorios de bronce, el receptor de correspondencia y el llamador en forma de puño. Las ventanas laterales a la calle, el pequeño balcón con sus rejas artesanas. Un pasillo de ingreso, dos escalones de mármol blanco, que contrastaba sutilmente con el beige de los mosaicos. La recepción, donde años después un gran sillón colonial de tres cuerpos y sus dos compañeros individuales, se disponían cercando una mesa ratona con tapa de vidrio. Las habitaciones principales a los costados, techos interminables y una sensación de frío inevitable, contrastando con el calor de hogar que siempre brinda el piso de parquet. Durante el día su amante de ocasión, los había estado puliendo con viruta y sus manos habían quedado ásperas y maltratadas.
Las caricias de esa noche no fueron las esperadas, si bien no las pedía, cada uno de los que compartieron su intimidad, sabían de su especial preferencia. Llegaban como obligadas, sin pasión, no tardó en sentirse molesta, necesitaba otro aire. Siempre fue directa, este caso no era la excepción, no tenia tiempo para sutilezas, imaginó que aún podía tener otro encuentro, la noche no terminaba, saludó y se fue.
Algunos fantaseaban con favores extras si eran aplicados, y mis amigos, les afirmo que luego de uno de esos favores, ya no había nada más. El recuerdo seguramente sería atesorado, difícil de arrancar, y mientras el mito crecía, la tentación era irresistible.
Un par de meses después, Julia dedujo que quizás esa noche, fue donde adquirió su nuevo estado y junto con esa duda, inevitablemente el olor a madera pulida la seguía perturbando.
A medida que su panza crecía, supo soñar que se mecía en un sillón, mirando por detrás de las cortinas transparentes, una calle vacía a la hora de la siesta, con el hogar prendido y el humo saliendo por la chimenea en esa habitación que ya no estaba vacía.
Aunque su realidad estaba a muchos años de distancia, el solo imaginarlo, le producía una ternura muy especial, la mantenía como en un sueño, como si algo mejor siempre podía llegar.
Mariana calcó la historia de su madre, llegó a su mundo, pero nunca entró al mundo de su padre. El, quizás contemple sin saberlo, algo de lo profunda y silenciosa de la mirada de Mariana, cuando se mire, en los ojos de la que cree de su única hija.
El día llegó, la fiesta fue como soñó, amigas, baile, el chico esperado estuvo más lindo que nunca, según sus dichos. En mitad de la noche, así, como de la nada, mientras su amada hija, se retrataba al costado del hogar prendido, en un rincón del salón, recordó aquel olor a madera pulida. Me juró que era ese mismo exactamente y me di cuenta en el brillo de sus ojos, que me decía la verdad. Estaba repasando “su” vida silenciosamente; en medio de tanto ruido y tanta alegría. Mañana, el día sería distinto, pero ahí, parada en un costado, como queriendo disimular su presencia, sintió las viejas ganas que creía abandonadas. Estaba nuevamente con las cosquillas de sentir lejanas caricias, y por que no, darle otra oportunidad, a aquellas de manos gastadas.

martes, 21 de julio de 2009

La llave de un triste recuerdo ( Parte 1)


Por Arnold Coss




Una amiga me consultó sobre como sería conveniente explicarle a su hijo que su padre pronto ya no estaría más. Una pesada enfermedad terminaría irremediablemente con sus días. Me afectaba y mucho esa pérdida inminente. Miré al costado y los ojos de Juanma jugando en un rincón se me cruzaron, imaginé preguntas, respuestas, conclusiones y todo me llevaba a un lugar común, se había abierto una puerta que encerraba un triste recuerdo olvidado, y la llave estaba en esa mirada.
Cuando mi vida en la escuela primaria comenzaba a tener su parte divertida, nada hacía tambalear nuestra frágil condición de niños motivada por un solo propósito, jugar y jugar, nada era más importante sin dudas.
Una mañana como tantas otras, llegamos al aula y la seño nos recibió titubeante, como que no encontraba la forma de explicar algo inexplicable. El papá de Laura, había fallecido. La continuación del relato fue contundente. Para nuestras infantiles mentes, fallecer es alguien que muere y la muerte es una pérdida. Qué pérdida más terrible existe que el fallecimiento de nuestro padre?
Mis amigos fue un gran impacto el que sentí y 35 años después recuerdo cada momento de ese día, pienso en las cabezas mirando el piso de todo un aula de chicos que no terminaban de entender. La explicación había sido dada, la orden fue, ahora calladitos vamos a la casa de nuestra compañerita, no hablamos entre nosotros, y la acompañamos en este momento tan terrible. Allá fuimos. Unas cuantas cuadras. Mirábamos de reojo las hamacas de la plaza San Martín, una brisa llegaba desde ahí, era inminente que lloviera, el cielo estaba más gris que de costumbre, todo encajaba, la sensación de angustia aumentaba.
Siempre me pregunté qué me hubiese pasado a mí en esa circunstancia y menos mal que no la vivía, mis padres eran míos y ese sentido de posesión incluía a cualquier cosa terrenal o no que intentara apoderarse de ellos.
El velatorio se había dispuesto en el garaje de la casa. Una casa cálida con tejas a 2 aguas, un intenso aroma a leña quemándose en hogar y la humedad que ya había invadido el lugar. Ahí estaba el cajón. Siempre me sonó despectivo decir cajón, pero por aquellos años mi caudal de palabras se limitaba a lo mínimo e indispensable, como para hacerme entender. Unas cuantas coronas hechas con apuro, familiares que irrumpían incrédulos y el cambio en sus rostros cuando la realidad golpeaba sus frentes.
Los besos, los interminables abrazos, las maldiciones en voz baja, la tristeza infinita, y nosotros un grupo de 15 chicos, espectadores mudos, más allá de nuestra lógica ignorancia ante la pérdida, más allá de nuestro silencio, más allá de todo eso, creo que no les miento si les digo que escuchaba a mi cerebro pedirme que me calmara.
De aquel día gris, me quedaba una pregunta y esa misma pregunta tantísimos años después, mi hijo de 5 años, me la hacía también a mí.
-Cómo se hace para vivir sin tu papá?
Qué difícil, muy difícil, cómo explicarlo, cómo hacer entender que el tiempo juega su papel. Si hasta ayer ese padre le dio a Laura su beso de las buenas noches, con la promesa se llevarla a la escuela como todas las mañanas. Como explicar que una arteria disparo un río de sangre fuera de control. Cómo explicar que nuestro DIOS se los lleva para darle otro lugar, mejor que el que tiene con nosotros?
Qué difícil, muy difícil, tanto, que es mejor ignorar esa posibilidad, dejar que otros intenten vanamente explicaciones de ocasión.
Tantos años después, esas imágenes me llegan. La vuelta al cole fue terrible. Creo que conté una por una todas las baldosas de las veredas caminadas. Ese día, en algún punto marcó un camino, el de que todo puede suceder, y nuestros seres más queridos y protegidos, vaya a saber por qué extraño designio se pueden ir para siempre.
Laura hoy no es mi amiga, ni siquiera puedo retener su última silueta, porque de ahí en más cada vez que la ví, ya no fue la misma, tenía la pesada mochila de saber que no era igual a mí y yo no quería ser como ella. En un tiempo hasta tuve miedo de pasar por su casa.
Cuantas cosas más habré pensado con el tiempo, cuantas fantásticas historias habrán quedado en otro rincón...lo que sí estoy seguro, es que este triste recuerdo, me seguirá acompañando para toda la vida ….
A la memoria del papá de Laura Zignego (Q.E.P.D)

martes, 9 de junio de 2009

Pasacalles

"textual"

Me acuerdo que salí de casa una mañana y ahí lo vi. “Felicitaciones, te lo merecés, te queremos mucho. Papá Mamá y tus hermanos”. Algunos dibujos y letras de colores. Ahí estaba a la vista de todo el barrio el pasacalles que me habían puesto mis familiares luego de recibirme. Me sorprendió, les agradecí el gesto y después me saqué una foto en medio de la calle.
Al día siguiente me dice un vecino, “Nena, ¿porqué no le decís a tu papá que lo baje antes que te lo arranque el camión de la basura?. Y así fue, papá se subió a una escalera que yo sostenía de abajo, lo enrolló y me lo dio. Un día estuvo colgado.
Ayer, poniendo orden en casa, lo vi. En un rincón, solito, sin llamar demasiado la atención. No sé para qué lo guardé, pero lo guardé. Cuando alguien venía a casa, mi mamá le contaba que me habían puesto un pasacalles y yo les mostraba que lo conservaba.
Solo era un rollo de tela gigante apoyado contra la pared, tapado por la cortina. Desplegarlo imposible, necesitaba unas cuantas personas para estirarlo y ver que decía. La pregunta es ¿para qué? Hace 6 años que está en el mismo lugar. Tirarlo me da culpa, pero no sirve para nada y junta mugre.
Quizá hubiese sido mejor que esté en la calle hasta que se rompa y listo. Pero no. Lo cuidé y ahora no sé que hacer con él.
A veces cuando paso por una esquina y veo uno que dice “Felicitaciones Doctor Arrieta, te amamos nosotros” pienso qué hará el Dr. Arrieta con todos esos metros de arpillera plástica que expresan orgullo y amor. Muchas veces imagino tocando timbre y hacerle directamente la pregunta al doctor Arrieta.
Cuando veo esos pasacalles que dicen “Perdoname Tatiana, sos lo más importante que tengo, te amo dame otra oportunidad, Ramiro”, pienso que macana se habrá mandado Ramiro, cuán enojada está ella y si por el hecho de ponerle un pasacalles se puede recuperar la relación. ¿Qué porcentaje de efectividad puede tener? Imagino que Tatiana descubrió a Ramiro con su profesora de Yoga haciendo una pose rara y se comió la cabeza. Quizás Ramiro es inocente y en el pasacalle manifiesta sus sentimientos reales y sinceros.
Pero también podemos pensar que Ramiro le chocó el auto, le afanó guita y la engaño a Tatiana con una ex compañera que encontró gracias al Facebook.
Ahí el pasacalle es el ultimo manotazo de ahogado.
No se si sirve de mucho. Por lo pronto, yo no se que hacer con el mío. Si alguna chica se llama como yo y se recibió en el 2003 y tiene padres y hermanos que la quieran mucho, se lo dono, los recuerdos mejor que ocupen un lugar en nuestro corazón, en nuestra memoria. ¿Suena cursi? Ok, pero por lo menos no ocupan lugar en la casa.

sábado, 6 de junio de 2009

El Intruso

Unos cuantos años después que yo nací, mi padre conoció a un extraño en nuestra pequeña población en mi país.
El, quedó fascinado desde el principio con este recién llegado, encantador personaje, y rápidamente le invitó a que viviera con nuestra familia.
El extraño aceptó y desde entonces ha estado con nosotros.

Mientras yo crecía, nunca pregunté su lugar en mi familia, en mi mente joven ya tenía un lugar muy especial.
Mis padres eran instructores complementarios: Mí mamá me enseñó lo que era bueno y lo que era malo y mi papá me enseñó a obedecer.
Pero el extraño era nuestro narrador. Nos mantenía hechizados por horas al extremo con aventuras, misterios y comedias.

Si yo quería saber cualquier cosa de política, historia o ciencia, siempre sabía las contestaciones sobre el pasado.
¡Conocía del presente y hasta podía predecir el futuro!
Llevó a mi familia al primer juego de las ligas mayores de fútbol.
Me hacia reír, y me hacia llorar. El extraño nunca paraba de hablar, pero a mi padre no le importaba.A veces, mi mamá se levantaba temprano y callada, mientras que el resto de nosotros
estábamos pendientes para escuchar lo que tenía que decir, pero ella se iba a la cocina para tener paz y tranquilidad. (Ahora me pregunto si ella habría rezado alguna vez, para que el extraño se fuera.
Mi padre dirigió nuestro hogar con ciertas convicciones morales, pero el extraño nunca se sentía obligado para honrarlas. Las blasfemias, por ejemplo, no fueron permitidas en nuestra casa…
No de nosotros, ni de nuestros amigos o de cualesquier visitante.
Sin embargo, nuestro visitante de largo plazo, lograba pronunciar la palabra esa HP que quemaban mis oídos e hicieron que mi papá se retorciera y mi madre se ruborizara. Mi papá nunca nos dio permiso para usar alcohol de manera liberal.
Pero el extraño nos animó a intentarlo sobre una base regular.
Hizo que los cigarrillos parecieran frescos e inofensivos, y que los cigarros y las pipas se vieran distinguidas. Hablaba libremente (demasiado) sobre sexo.
Sus comentarios eran a veces evidentes, a veces sugestivos, y generalmente vergonzosos.

Ahora sé que mis conceptos sobre relaciones fueron influenciados fuertemente durante mi adolescencia
por el extraño. Repetidas veces lo reprendieron y raramente le hizo caso a los valores de mis padres y NUNCA le pidieron que se fuera.

Más de cuarenta años han pasado desde que el extraño se mudó con nuestra familia.
Desde entonces ha cambiado mucho y ya no es casi tan fascinante como era al principio.
No obstante, si hoy usted pudiera entrar en la guarida de mis padres, todavía lo encontraría sentado en su esquina, esperando a alguien para que escuchara sus charlas y para verlo dibujar sus cuadros.

¿Su nombre? ¡Nosotros lo llamamos televisor!
¡Ahora tiene una esposa que le llama
Computadora y un hijo que le llama Celular!

Nota: Se requiere que este artículo sea leído en cada hogar .

miércoles, 20 de mayo de 2009

Aprendí y Decidí
Y así después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar!!!!!!!!
Decidí no esperar a las oportunidades
Sino yo mismo buscarlas.

Decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución,
Decidí ver cada desierto como oportunidad de encontrar un oasis,
Decidí ver cada noche como misterio a resolver,
Decidí ver cada día como una nueva oportunidad
de ser feliz.

Aquel día descubrí que mi único rival no era mas que mis propias debilidades,
Y que en estas, está la única y mejor forma de superarnos.

Aquel día deje de temer a perder y empece a temer a no ganar,
Descubrí que no era yo el mejor y que quizá nunca lo fui,
Me dejó de importar quien ganará o perdiera, ahora me importa simplemente
Saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino
jamas dejar de subir.

Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener, es tener
El derecho de llamarle a alguien “amigo”.

Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento,
“el amor es una filosofía de vida”

Aquel día deje de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados
Y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente;
Aprendí que de nada sirve se luz si no vas a iluminar el camino de los demás.

Aquel día decidí cambiar tantas cosas.
Aquel día aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad!!!!!

Desde aquel día ya no duermo para descansar,
Ahora simplemente duermo para soñar….

miércoles, 13 de mayo de 2009

Un Secreto Conocido


Por Arnold Coss


Cómo música de fondo suena incansable el potro cordobés y su “Cómo olvidarla, cómo olvidarla….”, podría traerme la imagen de alguna imponente mujer por ejemplo, pero no, no en esta ocasión. La imagen es bastante más patética, es la imagen de Clara María de las Mercedes Carreras, alias la pirata.
El por qué de semejante apodo, se sabría tarde o temprano. Para los que lo descubrían temprano, todo bien, no pasaba de un susto, tragar saliva y decidir en el momento. Por lo general la escena se repetía con un mismo final, corridas, pantalones a media asta, camisa al viento y la puerta como llegada triunfal, después un pasillo interminable y otra puerta más a la calle. Esa calle que los recibía silenciosamente, aunque en cada cabeza retumbara un coro de ángeles cantando Aleluya, Aleluya. Así era mis amigos la liberación.
Preguntarán que causaba tanto espanto, ahora se los cuento, pero antes permítanme una breve introducción.
A los 15, allá por el año 78, conseguir los favores sexuales era toda una aventura. La lógica era ir a la famosa Guampa de Oro con su más amplia gama de propuestas carnales; pero los valores de acceso más el pago de los tragos previos, superaban los magros ahorros. Salvo en mi cumpleaños, tener dos billetes juntos el mismo día era los más parecido a ser un triunfador, y el destino de esos billetes tenía un único objetivo aquel día: quería, necesitaba, imploraba tener sexo.
A esa edad, el pensar en acostarse te remitía con exclusividad a un “quilombo” y los servicios de una prostituta que cuanto más joven y menos “usada” mejor, pero como en toda transacción, para este nivel de oferta, el precio subía a escalones casi de lujo, por eso la elección del lugar cambiaba desde lo estético de la casa, a lo estético corporalmente hablando. Es aquí donde llegamos a “la pirata”, la receptora de casi todos los desesperados con esperma urgente y bolsillos esqueléticos.
Mi por entonces amigo Manolo Galván, conocedor experto de bulines y afines, sabiendo de mi necesidad comentada al paso, me recomendó a una señora, que si bien ya estaba entrada en edad, atendía sutilmente todas las demandas y con eso, explotaban aún más mis fantasías.
Allá me fui. Me extrañó que no me acompañara pero no importó, era cuestión de minutos y cuanto menos testigos mejor. Era un trámite del cual uno podía andar alardeando alegremente.
A las once de la noche, el frío era casi insoportable, el viento pegaba en mi cara y esa sensación de temblor interno constante. Ya era una decisión tomada e irreversible, si o sí tenía que concretar el objetivo.
Llegando a las cinco esquinas la ví, no hubo necesidad para disimulos. Las calles estaban vacías, la encaré de una, aún hoy me sorprende tanta determinación. El acuerdo fue inmediato hubo un pedido, un precio, la típica respuesta buscando rebaja y la suma casi de oferta reparaba en algo una noche con poco trabajo. Las instrucciones no se hicieron demorar
- Andá nomás, entrá por esa puerta (señalando un portón de chapa oxidado), seguí hasta el fondo que hay una puerta verde, entrá y acostate que ya voy.
Amigos, nada hasta acá hacía sospechar que algo no estaba bien, todo seguía un curso normal. Ni mi edad y mis ganas contribuían a no pensar demasiado. El momento del acto era inminente y esa sensación estaba muy presente en mi cuerpo.
Una foto de ella bastante más joven en la pared de ese cuanto decorado con un gusto principiante, alejó una posible sorpresa, ella era ella. Una estufa a kerosén consumía el ya de por sí enrarecido oxígeno, el catre, las sábanas, una palangana con agua al costado, un jabón blanco semi partido y un velador con luz roja en un foco de 40w, todo a media luz, todo como eran las piezas de los bulines conocidos, con más o menos detalles. El lugar era lo de menos, ya casi estaba desnudo cuando escuché sus pasos en el pasillo, la respiración se me entrecortaba, no me acordaba del frío y el traqueteo de los dientes había desaparecido.
Tengo que admitir que la puesta en escena estaba acorde al precio inicial y quizás el pedido de rebaja me jugaba en contra, porque si se me antojaba un segundo round, la excusa del “tengo solamente cuatro pesos” no me daba oportunidad, salvo, y eso lo pensé mientras caminaba por el lago pasillo de entrada, que le ofreciera el flamante atado de cigarrillos que había comprado un rato antes, cuyo costo sumado era en definitiva el valor de la tarifa oficial.
La pirata entró, se acomodó en la única silla del cuarto, me miró fijo, y mientras se sacaba la ropa me preguntó la edad. Obviamente le mentí
- 17 le dije.
Estoy seguro que no me creyó pero ya no importaba. Cuando quedó en corpiños mi erección era tal que no sabía si podía resistir que se los sacara. Se paró suavemente y se sentó al borde de la cama de espaldas hacia mí. Allí veo que se saca la pollera, hace una rara maniobra y un suspiro como de alivio. Casi no contenía mi jadeo, el momento estaba ahí, todo lo planeado durante días estaba en mis narices, sólo faltaba lo mejor. La sensación de carcajada inminente se desdibujó en un instante; la pirata me revelaba un secreto sin palabras, el que todos conocían pero nadie informaba, ni yo lo haría jamás, por temor a ser señalado o burlado como los clientes. El secreto se me presentaba de la peor manera, en el peor momento y mis 15 se redujeron a cinco cuando me salió aquel grito de terror provocado por la increíble imagen de una pata de palo que ella apoyaba sobre la mesa de luz mientras me preguntaba tímidamente:
-¿te molesta si me la saco, así trabajo más cómoda?

Con los años supe por qué motivo “la pirata” perdió su pierna. En un fallido salto en alto por el alambrado de púas de tres hilos, mientras huía de su patrona, a la que le disputaba los favores amorosos. El galán era capataz de la estancia Las Flores, allá, pasando el arroyo Clé, saliendo de Gualeguay. Pero esa, mis amigos, es otra historia….

jueves, 30 de abril de 2009

La llave de un triste recuerdo (Parte II)


Por Arnold Coss


Aprendió desde muy temprano lo que era una ausencia y fue a finales de Agosto cuando su madre falleció. Los chicos son intuitivos y tienen una habilidad especial para darse cuenta que a su alrededor algo pasa y por aquellos días el Colo, se sentía como perdido, angustiado sin saber bien que le pasaba. Esta sensación podía tener diferentes formas, lugares, duración o intensidad.

Seguramente para protegerlo, su Padre, tan solo le había dicho que ella estaba un poco enferma. Como todo chico, por supuesto, se habrá imaginado un resfriado o quizás alguna de esas enfermedades como las que a él lo obligaron a permanecer en cama alguna vez. Pero paso bastante tiempo y ella no volvía del hospital, y cuando lo hacía era por tiempos muy cortos y la sospecha que algo no estaba bien lo confundía aún más.

Una de esas noches donde su madre había estado en casa, escuchó algunos llantos que provenían de las habitaciones al fondo.

El colo, como lo conocíamos todos, era un chico sensible, con cierta mirada sumisa y melancólica. Ahora pienso que seguramente estaba pensando en algo referente a su madre, porque en momentos también lo había visto secarse algunas lágrimas de sus ojos. Lo increíble era que le duraba poco, al rato ya estaba con todos nosotros, jugando y corriendo alocado, como si el mundo se acabara en poco tiempo.

Creció imaginando que quizás ella no había muerto, que en realidad se escondía, o porque no, estaba en el otro lado del pueblo y por ahí tenía otros hijos, y era feliz. Siempre pensaba que a la vuelta de la esquina la encontraría y le sonreiría como tantas otras veces. No lo afligía la idea del "abandono", no consideraba la posibilidad de odiarla por ello, lo único que le importaba es que estuviera bien... y con toda su alma deseaba que estuviese viva. Con el paso de los años, el niño dio lugar adolecente y al nacimiento de la inevitable madurez. La eterna ilusión se fue perdiendo ante la abrumadora realidad. La nostalgia en momentos era insoportable, le dolían todos los sentidos pensando en los buenos momentos vividos, cubierto por sus brazos y sus besos. Ya siendo adulto, en soledad y silencio rescataba recuerdos, los pocos que podía tener. El dolor más grande, le causaba no poder recordar su voz ni su olor ni su amada sonrisa.

Pensaba en su Padre, en lo duro que debió ser todo. Le gustaba pensar que desde que se habían separado él no la había olvidado ni un solo día, imaginando con su mente la otra vida posible, la vida que no fue, una vida sin carencias, aun siendo consciente de haber sido medianamente feliz, y con la vista puesta en su reflejo entendió que cuando amas de verdad a alguien, aprendes que la muerte tan solo es el principio de la inmortalidad.

miércoles, 1 de abril de 2009

De recuerdos y olores

Por Arnold Coss

Buscando en mi mente partes de un pasado inmediato, reconstruí casi sin darme cuenta uno muy importante de mi pasado lejano. Instintivamente la selección de las mejores partes ocuparon mis pensamientos. Qué increíble ¿no? Hasta dónde es capaz de llevarnos la mente, a qué rincones alejados, a qué fragmentos de tiempo y espacio. Charlas que hubiésemos querido borrar, historias de triunfos, situaciones vergonzantes, emociones olvidadas y nunca compartidas. Todos esos recuerdos están en nuestras mentes, vaya a saber de que forma, archivados, seleccionados por el azar de nuestro laberinto.Cuando busco en los recuerdos, siempre pasa darme cuenta que los recuerdos cotidianos son infinitamente menos en cantidad. Es como si los arrastráramos al olvido. Y ahí van las sonrisas, las miradas, los gestos y por qué no, los olores. Ya sé, pensarás qué loco recordar olores. Es raro y se supone que no es fácil. Pero cómo no tener presente treinta años después, el olor de las medias lunas saladas de aquella panadería en calle San Antonio, a las cinco y media de la mañana cuando volvíamos de bailar, o simplemente de trasnochar. ¡La pucha! lo tengo acá en este momento. Y no puedo evitar cerrar los ojos, y es un disparador de otros tantos más. Ahí viene el olor al pasto regado de la plaza San Martín, y ahora viene el de la tierra mojada, cuando pasaba la regadora municipal. El de Puerto Ruiz, cuando iba a pescar con mi padre, el de la arena mezclada con barro en Paso Coronel, el del vestuario de básquet de BH fumando a escondidas del profe. El del fútbol de Gualeguay Central, cuando traían el cajón con un par de docenas de botines, puestos una y cien veces por vaya a saber cuantos antes. El olor a la humedad del túnel que nos llevaba a la cancha y que solamente los "buenos" que llegabamos a primera podíamos transitar. El olor de la carpintería de la vuelta de mi casa, al horno de ladrillos de mi abuelo en el campo, al de la parrilla del comedor de la calle ancha. Al domingo en el hipódromo. A la fritura de las empanadas preparadas para vender y así juntar plata para el viaje de quinto.
Al de esa casa vieja pintada de rosa, donde cada vez que iba era como dar un paso más en la carrera de macho. Y aquí me detengo. Merece un párrafo aparte. ¿Cómo explicarlo? Ya desde la vereda se lo percibía de memoria. Pero cuando abríamos esa pesada y gloriosa puerta que separaba al mundo bueno de lo impúdico, una mezcla rancia flotando en el aire se abalanzaba hacia mi cuerpo, queriendo ganar la calle como buscando liberarse del encierro. Ahí estaban los vasos de vino, cerveza, ginebra, todos con sus olores superpuestos, con los perfumes de vaya saber qué marca olvida en el tiempo, puestos para la gran ocasión. El olor de los pisos que causarían el espanto de cualquier bromatólogo de la nueva generación. El de ese cuarto descascarado, con el techo de altura eterna y un cielorraso de tela pintada de blanco, con una sola cama de mil batallas de sexo olvidados, con olor a sabanas sudadas y gastadas. El olor a cuero de las billeteras abiertas para pagar tanta generosidad carnal y allí, como broche de oro, mi propio olor, enmarcado como en un retrato junto con otros recuerdos prestados por mi memoria. Estoy seguro que cuando deje de escribir estas líneas irán nuevamente a ocupar el lugar donde estaban archivados en mi mente. Hoy solamente abrí un poquito una ventana y fueron saliendo, primero como quien pide permiso, después, desbocados en malón. Tengo que admitir que me dio nostalgia mi vida vieja de olores irreconciliables con mi vida nueva, pero tengo una gran ventaja, el saber que están ahí y algún día los puedo volver a invocar, tal vez, como parte de otra historia.

lunes, 23 de marzo de 2009

Escuchá, escuchá....

Por Arnold Coss

El viejo Pedro, alguna vez me contó que cuando iba a trabajar, previo paso por lo de Pocho Falher, donde se tomaba una Ginebra, caminaba tranquilo por la calle 25 de Mayo, que todavía era de tierra. Mientras en una mano atesoraba su azada y en la otra el rastrillo a las 6 de la mañana escuchaba, casa por casa, de ventana en ventana, el relato de un cuento, salido del parlante de las radios prendidas para la ocasión. Era Don Verídico, personaje criollo, grotesco y bolacero como pocos, del gran Luis Landricina. Nadie hablaba alrededor, el día empezaba después de la historia que sonaba con el inconfundible ruido a disco y púa gastada de tanto pasarlos y despertar al pueblo con una sonrisa.
El viejo Pedro, perdió afectos, gano en soledad y con ella aprendió a escuchar. Cuando creía que a nadie le interesarían sus experiencias, adquiridas a golpes y desencuentros, aparecieron los nietos y con ellos renovó sus esperanzas de trascender.
Con especial cuidado el viejo Pedro, cultivó en la vida como en el campo una huerta sin final, los zapallitos, zanahorias, melones amarillos y sandías, fueron como sus hijos y también se repartirían, unos por la vida, los otros entre platos de vecinos y amigos.
Era rutina verlo sentado de costado en la mesa de la cocina, mirando al patio, como esperando, su mirada cambiaba a las 12, el momento llegaba, desde la radio que miraba el mundo desde arriba de la vieja heladera Siam, bajaba firme la vos del periodista que él acompañaba, con exacta sincronización.
Muchísimos años después, al final de sus días, sentado en igual posición, pero mirando un paisaje que ya no reconocía, como distraído sumergido en el vidrio de la ventana, me llamó con fuerzas, cuando llego me susurra:

- Escucha, escucha, pone más fuerte, está Mario Alarcón, el de Espontánea….

Vaya a saber que intrincado complejo de variables se alinearon en aquel momento, estaba recordando el final de todas sus mañanas en LT 38 Radio Gualeguay, la AM de mi querida ciudad natal y me recito sin pestañar:

Yo he conocido cantores,
que era un gusto el escuchar,
más no quieren opinar
Y se divierten cantando.
Pero yo, canto opinando,
que es mi modo de cantar.

Estrofa memorable de nuestro Martín Fierro, yo no salía de mi asombro, pocas palabras habían salido de su boca, hacía mucho tiempo que la coherencia verbal le había dejado paso al silencio y ahí nomás, como si nada se despachó con:

Dios formó lindas las flores,
delicadas como son;
les dio toda perfeción
y cuanto El era capaz,
pero al hombre le dio más
cuando le dio el corazón

Le dio claridá a la luz,
juerza en su carrera al viento,
le dio vida y movimiento
dende la águila al gusano,
pero más le dio al cristiano
al darle el entendimiento.

El viejo Pedro, se cansaba más de la cuenta en cualquier esfuerzo, cada día que pasaba era festejado y exponía nuestro más aguerrido sentido de posesión obsesivo, ese que nos suele aparecer cuando se arrima lo irremediable. Tomo aire, hizo una mueca, me pareció verlo sonreír con picardía, como un chico que descubre el regalo anticipado de los reyes. Me volvió a mirar, sus ojos no eran los perdidos de siempre, tenían luz y me dijo con su voz pausada:

- Escucha, escucha. Mientras repetía a la perfección, como en aquellos años

Con mi deber he cumplido
y ya he salido del paso,
pero diré, por si acaso,
pa´ que me entiendan los criollos:
que todavía me quedan rollos
por si se ofrece dar lazo.

Con sus manos gastadas y haciendo un esfuerzo más, intentó una especie de reverencia. Era como que se estaba despidiendo también, con esas estrofas atesoradas y por tantos años guardadas.
Al viejo Pedro, unos pocos días más tarde, se le acabó finalmente le lazo. Una cálida tarde de Septiembre, se fue manso, sin apuros, sin despedidas eternas, solamente se durmió, se apagaba una llama de 90 años. Se llevo muchas historias para contar, dejaba una vida para recordar.
Los recuerdos de los que ya no están, suelen venir cargados de nostalgias, son como la llave triste que nos abre la puerta al laberinto del pasado. Hoy vino este recuerdo y como saben, será solamente uno entre tantos otros.
Me gusta pensar que en algún lugar estará plantando sus cebollitas de verdeo, sus tomates o simplemente removiendo la tierra, preparándola para lo que vendrá y ahí susurrando, muy despacito me diga

- Escucha, escucha.

Y con esto me despido
sin espresar hasta cuándo.
Siempre corta por lo blando
el que busca lo siguro,
mas yo corto por lo duro,
y ansí he de seguir cortando.

jueves, 29 de enero de 2009

La llave de un triste recuerdo (Parte III)

Por Arnold Coss
Me senté en el sillón, mire fijamente la pantalla. Una vez más estaba buscando un motivo para largarme a escribir. El motivo llego de la mano de un triste recuerdo, una historia de desencuentros y un final en soledad.
Ramón Ángel Grillo, llego desde Azul, provincia de Buenos Aires, allá por los fines de los años ’70. Vino a esta ciudad como llegaron y siguen llegando muchos. Un bolso, los ojos abiertos de par en par para absorber las maravillas de la gran manzana y un sueño, el gran sueño, poder hacer algo distinto con su vida, una vida transitada casi siempre por la banquina.
A los veintidós regresaba de la colimba, dos años en Puerto Belgrano, lo habían transformado en un muchacho melancólico, callado y con un acrecentado desprecio por la autoridad, a la misma que lo humilló al grito de cuerpo a tierra y saltos de rana. Su pueblo no había cambiado en nada, pero él si, ya no era el mismo, venía “recibido” de hombre, ahora jugaba para los mayores y era necesario imponer respeto, lo que no le resulto fácil y marcó en forma definitiva lo que sería el resto de su vida.
Ramón Ángel, entendió tarde que el lugar de hombre que reclamaba, no se ganaba con el solo hecho de cumplir años, ahora debía demostrar con hechos de lo que era capaz.
Un frustrado noviazgo con Liliana Mansilla la hija mayor del almacenero más antiguo del barrio, intentó amoríos con “la Susana", quien había sabido conquistar corazones solitarios y a los que muchos le habían dedicado intimas confesiones. Susana intentó trabajarlo de apoco, era un chico grande que jugaba a ser adulto sin saber al menos las reglas básicas. Digo intentó porque solamente unos años duro el romance y un par más, para que él tomara la decisión de dejar todo e irse del hogar que habían formado. La llegada de sus hijos, Marita y Armando, solamente postergaron por un tiempo, lo que era cosa juzgada, ni el pueblo, ni su gente, ni su familia lograron conformarlo.
Al primer cachetazo, le siguieron un sin fin de insultos y agresiones verbales, esa fue la puerta de salida para emprender el viaje y no volver. Nunca más regreso, al poco tiempo ya nadie en Azul se acordaba de él, sus padres fallecidos y sin hermanos hicieron fácil el olvido, solamente sus hijos al principio, cada tanto preguntaban por alguna noticia. Marita termino la secundaria, se fue a Tandil, poco se supo de su destino, cuentan que se caso muy joven y que con tres chicos y su esposo talabartero, están radicados en Tres Arroyos.
Armando, viajo a la capital y logro encontrar a su padre un mediodía de Marzo, en un bar de mala muerte en plaza Constitución, ahí estaba, haciendo lo mismo que todos los días al mediodía antes de arrancar su rutina de taxista. Almorzando una milanesa con papas, tomado un vaso de vino tinto, con la mirada fija en el televisor que sin voz, colgaba de la pared. El olor de los baños se mezclaba confuso con las frituras, pero en ese mundo Ramón Ángel parecía haber encontrado un rincón donde acomodarse, casi como si fuera propio.
A pesar de los años pasados y la apariencia física transformada, ninguno de los dos dudo sobre su identidad, 40 años habían pasado. Para el viejo, esos años fueron de una rutina salvaje y abrumadora, solamente al principio intentó ser alguien, pero la realidad le dio de lleno en la frente, solamente servía para transcurrir en la vida, muy alejado de cualquier intento que significara trascender y así las cosas, no le costo mucho tiempo entender su realidad..
Para Armando el encuentro era deuda pendiente pero le bastaron diez minutos en darse cuenta que nada ya tenían en común, ni siquiera repasando sus vidas encontraron interés en la charla, cuando no hubo más nada que decir ni ganas de preguntar, solamente quedo un teléfono escrito en un papel:
- Se lo dejo por las dudas, si tiene ganas me llama. Le dijo Armando, sabiendo desde el vamos que eso no iba a suceder jamás.
Fue una despedida con sabor a nada. Armando, volvió para Azul, con la certeza que ya no lo volvería a ver. Para el viejo Ramón Ángel, fue como haber vivido un espejismo, así prefirió conservar el encuentro, no vaya a ser cosa que le diera por ponerse melancólico, después de todo era su hijo, pero no más conocido que el cantinero que todos los días le daba de comer.
Ramón Ángel conocía sus debilidades, por eso no tubo amigos, ni hablar de mujeres, solamente un perro fue su compañía, pero duro poco, lo regalo cuando empezó a encariñarse.
La única vez que lo vi fue como espectador de una escena, como las que vivimos a diario, estaba cubriendo mi turno nocturno en la Shell de Cerrito y Libertador cuando escuchamos unos gritos.
Esa noche Ramón Ángel, había salido en su ronda nocturna, la rutina y el desgano seguramente lo hicieron distraer, rozando sin querer un colectivo de la línea 17, que a las doce de la noche terminaba su recorrido y se iba por Av. Libertador. El colectivero, un taita de unos 30 años, lo encerró en la esquina al grito de;
- Viejo de mierda casi me chocas, andate a la puta que te parió, pelotudo.
Ahí, sin más le pateo la puerta del taxi. Ramón Ángel quizás entendió la agresión como un momento de su pasado, se bajo con la llave cruz, la que se usa para ajustar y desajustar las ruedas, corriendo a la par del colectivo que ya había arrancado. En esa carrera temeraria sin sentido tropezó, al caer golpeó la cabeza contra el asfalto. Quedó allí, intentando decir algo, balbuceo sus ultimas palabras, mientras un hilo de sangre salía por su oído derecho. Levanto pesadamente su brazo en dirección al cielo y debajo de la autopista Illia, un 13 de Noviembre de 2003, encontró su final a los 73 años cumplidos el día anterior. Hubo sirenas, corridas, ambulancias y patrulleros a las pocas horas ya no quedaban rastros de accidente.
Confieso que casi me había olvidado por completo, hasta que meses después, Armando vino a ver el lugar donde su ausente padre, había dejado su existencia.
Me contó algunas anécdotas perdidas, intentó refugiarse en los laberintos del destino, hablo como si no lo escuchara, como pensando en voz alta. Al rato se sentó en el cordón de la vereda, aturdido por la revelación de sus sentimientos y lloró, seguramente fueron las únicas lágrimas que Don Ramón Ángel recibió en su memoria.
Lo deje solo, se quedó mirando la luna perdiéndose por los techos de los galpones de retiro. Busco entre sus bolsillos y sacó el mismo papel que le había dado hace unos años, en el bar, con su número de teléfono. Ese papel, junto con 20 pesos, una billetera gastada, una muy vieja radio a pilas y una foto ajada y gastada de su hijo Armando cuando tenía 3 años, fueron su única herencia.
Esa noche, Armando se volvió quizá más triste que la vez anterior, pero más aliviado de pensamiento, el muerto estaba muerto definitivamente, le había dicho Marita ante la novedad y las puertas se fueron cerrando sobre alguien, que eligió pasar por la vida sin ser visto.

viernes, 9 de enero de 2009

20 años no es nada.....

Por Arnold Coss

Cuantas veces los que ya pasamos la barrera de los cuarenta, hemos invocado esta frase?
Hoy, un 9 de Enero pero del año 1989, con Claudio Carraud, el Chino Bruzzoni y Pancho Fava, emprendíamos un largo y especial viaje de vacaciones a CAMBORIU en Brasil.
Las conversaciones se habían iniciado allá por Septiembre. Primero juntar los 89 dólares no era cosa fácil y en segundo lugar, que coincidan las vacaciones de los cuatro ya era más complicado.
Claudio y el Chino necesitaban a su vez de un permiso extra, el de sus respectivas novias. Ellas con su consentimiento, finalmente autorizaban a que el esperado viaje pudiera realizarse.
Por esos años, aventurarse a salir del país, no solo representaba audacia, sino que también agregaba una cuota de satisfacción personal, concluyendo en lo que en este instante pasa, haber trascendido en mis memorias durante 20 años y sin duda alguna, seguirá viviendo en mis recuerdos hasta el fin de mis días.
Fuimos asociados apresuradamente al Sindicato de Empleados de Comercio para obtener el beneficio de viajar en uno de los micros contratados por ellos y a un costo realmente válido para nuestros magros bolsillos.
Salimos por la mañana temprano desde plaza Once en un micro de la empresa Alvarez Hnos. rigurosos desconocidos para nosotros, al igual que el resto de los pasajeros. Poco importaba el entorno, para nosotros cuatro, la espera había llegado a su fin. Atrás quedaba una noche de mal dormir, excitado pensando en la partida y sus preparativos. La despedida fue un instante y llegar a Paso de los Libres, fue como un instante, estábamos en la aduana, cuando se produce el primer contratiempo, hacer los trámites para pasar a Uruguayana, que lo parió el calor que hacía, cuatro horas fueron suficiente espera como para sentir que no todo era diversión.
Cuando ingresamos a Brasil, nos cambiaron a un colectivo de última generación, con baño y bar, una verdadera joya por aquellos años.
Luego de 36 hs. llegamos al hotel, no importaba el cansancio, dejamos inmediatamente nuestros bolsos y nos fuimos al mar.
Contar las impresiones inmediatas quizás no tenga sentido, porque todo nos resultaba genial. Que el recuerdo cause nostalgia y bienestar, alcanza como para darse afirmar que el momento fue sublime. Un mar increíble (que más se puede decir sin caer en lo reiterativo), arenas blancas como pocas, un clima atrapante en todo los sentidos, es decir, las condiciones ideales para pasar lo que hasta ese momento eran “las vacaciones más importantes de nuestras vidas”.
En ese paraíso, la vi por primera vez, no me causo curiosidad inmediata, ya que todo lo que vivía tenía ritmo vertiginoso. Junto a su hermana y unas amigas, llegaron con las mismas ilusiones, pasarla bien y disfrutar de la aventura.
Para nosotros los Gualeguachos, tocar la guitarra, el bongó y aullar un rato al ritmo de El Oso o de Carta de un León a otro, era el condimento idea, formaba parte de nuestro folklore, salvo el de Pancho, cuya mira estaba dirigida en una sola dirección, las mininas. Para él salir con un paraguas para acompañar a las chicas cuando llovía era uno de sus “ganchos”, para ofrecerse como salvador e iniciar una charla.
El chino, encargado oficial de la máquina de sacar fotos del papá de Claudio, justamente, comandaba la parte artística. Todas las fotos, debían ser certeras, sin errores, debían reflejar fielmente lo mejor del paisaje y de nuestras figuras. Demás está decir que en algunos casos, la tarea era más que difícil, pero con buena voluntad y disimulo, algunos pasamos desapercibidos. Pregunta que me viene a la memoria, ¿Dónde están esas fotos ahora? Tengo la sensación de no haberlas visto nunca, solamente una me quedo guardada y la reconozco por la gastada remera lila comprada en el Feijoo de la av. Santa Fe, pegado a lo que era la Gata Alegría, a metros del 1er. Gran Musimundo, cerquita del Pumper donde Claudio estudiaba antes de entrar a clases en el Instituto Obrero Católico, de la calle Junin.
Ir a la disquería de moda Whiskadao, creo que se llamaba era lo más. Sus cinco pistas, su vista al mar y los show en vivo, hacían que nadie dejara de ir, y nosostros no podíamos ser menos, era nuestro paso obligado.
La casa de Mario o mejor dicho, “Mario Hause”, fue sin dudas un mundo de revelaciones, no por el encuentro cara a cara con varios gay´s y travestis o lo que fuese, sino que conocer toda una mansión, donde vivían en comunidad, regenteados por su mentor y benefactor, le daba un toque de mística, que por aquel entonces intrigaba. Esa noche vi el streeptease en vivo más impactante de mi vida, el de una rubia sin igual, la única mujer del clan. Luego un travesti intento hacer algo parecido, todo muy lindo, hasta que “pelo” la zunga y el amigo se bamboleaba al ritmo de su andar. Hubo silbidos, gritos, puteadas y demás, pero estoy seguro y sabemos de quien hablo, que esa erección no le pasó desapercibida, es más, lo vi como levitando, de alguna manera desde atrás estaba más alto que el resto del publico, y sus ojos quedaron fijos sin dar crédito a las imágenes y sensaciones que lo invadían.
Alguien confundió su habitación y su pantalón y nos robó unos pesos guardados, poco importó la fiesta era continua. Allá quedaron los desayunos con bananas, jamón, queso, café con leche, tostadas, etc. También quedo el recuerdo de las playas de Bombas y Bombiñas, de una partida de ajedrez con vista al más verde de todos los mares vistos en Florianópolis. Allá quedaron el nadar desnudos y el picado, argentinos contra brasucas. Al viaje a Blumenau, hermosa ciudad de casas tipo alemán, donde entrar a las grandes tiendas era toda una aventura.
La vuelta fue en otro tiempo "record" con el colectivo mordiendo la banquina en un par de oportunidades, pero los cinco litros de Caipirigna, resultaron el sedante necesario. Nos bajamos en la entrada a Gualeguaychú, visitamos a Rafa y a Laura, por aquellos años, haciendo su aventura por esos pagos, Claudio siguió viaje porque extrañaba demasiado.
Como historia, quizás no tenga el sabor de otras divertidas, pero aquellos días tiene la carga de haber cambiado mi vida, mejor dicho, de haberla empezado a construir, en otro sentido, el de estar acompañado. El de creer y aún hoy sostener que la vida me regalo, no solo ese viaje, sino que al volver inicié el más feliz de los caminos, de la mano de la que hoy es mi esposa. 
Nota: Especial recuerdo en estas líneas a la memoria de Paloma Rubino y su sonrisa tan particular.
Nota 2: Este Enero, volví por un día a visitar nuevamente esas calles e intentar rencontrarme con algo parcido, pero ya 25 años (actualmente), son muchos y si no fuera por la isla enfrente creo que ya nada me era familiar. Así termina este mini viaje al pasado de una linda historia personal. Para los que estamos y vivimos esos locos días, Saludos.