martes, 21 de julio de 2009

La llave de un triste recuerdo ( Parte 1)


Por Arnold Coss




Una amiga me consultó sobre como sería conveniente explicarle a su hijo que su padre pronto ya no estaría más. Una pesada enfermedad terminaría irremediablemente con sus días. Me afectaba y mucho esa pérdida inminente. Miré al costado y los ojos de Juanma jugando en un rincón se me cruzaron, imaginé preguntas, respuestas, conclusiones y todo me llevaba a un lugar común, se había abierto una puerta que encerraba un triste recuerdo olvidado, y la llave estaba en esa mirada.
Cuando mi vida en la escuela primaria comenzaba a tener su parte divertida, nada hacía tambalear nuestra frágil condición de niños motivada por un solo propósito, jugar y jugar, nada era más importante sin dudas.
Una mañana como tantas otras, llegamos al aula y la seño nos recibió titubeante, como que no encontraba la forma de explicar algo inexplicable. El papá de Laura, había fallecido. La continuación del relato fue contundente. Para nuestras infantiles mentes, fallecer es alguien que muere y la muerte es una pérdida. Qué pérdida más terrible existe que el fallecimiento de nuestro padre?
Mis amigos fue un gran impacto el que sentí y 35 años después recuerdo cada momento de ese día, pienso en las cabezas mirando el piso de todo un aula de chicos que no terminaban de entender. La explicación había sido dada, la orden fue, ahora calladitos vamos a la casa de nuestra compañerita, no hablamos entre nosotros, y la acompañamos en este momento tan terrible. Allá fuimos. Unas cuantas cuadras. Mirábamos de reojo las hamacas de la plaza San Martín, una brisa llegaba desde ahí, era inminente que lloviera, el cielo estaba más gris que de costumbre, todo encajaba, la sensación de angustia aumentaba.
Siempre me pregunté qué me hubiese pasado a mí en esa circunstancia y menos mal que no la vivía, mis padres eran míos y ese sentido de posesión incluía a cualquier cosa terrenal o no que intentara apoderarse de ellos.
El velatorio se había dispuesto en el garaje de la casa. Una casa cálida con tejas a 2 aguas, un intenso aroma a leña quemándose en hogar y la humedad que ya había invadido el lugar. Ahí estaba el cajón. Siempre me sonó despectivo decir cajón, pero por aquellos años mi caudal de palabras se limitaba a lo mínimo e indispensable, como para hacerme entender. Unas cuantas coronas hechas con apuro, familiares que irrumpían incrédulos y el cambio en sus rostros cuando la realidad golpeaba sus frentes.
Los besos, los interminables abrazos, las maldiciones en voz baja, la tristeza infinita, y nosotros un grupo de 15 chicos, espectadores mudos, más allá de nuestra lógica ignorancia ante la pérdida, más allá de nuestro silencio, más allá de todo eso, creo que no les miento si les digo que escuchaba a mi cerebro pedirme que me calmara.
De aquel día gris, me quedaba una pregunta y esa misma pregunta tantísimos años después, mi hijo de 5 años, me la hacía también a mí.
-Cómo se hace para vivir sin tu papá?
Qué difícil, muy difícil, cómo explicarlo, cómo hacer entender que el tiempo juega su papel. Si hasta ayer ese padre le dio a Laura su beso de las buenas noches, con la promesa se llevarla a la escuela como todas las mañanas. Como explicar que una arteria disparo un río de sangre fuera de control. Cómo explicar que nuestro DIOS se los lleva para darle otro lugar, mejor que el que tiene con nosotros?
Qué difícil, muy difícil, tanto, que es mejor ignorar esa posibilidad, dejar que otros intenten vanamente explicaciones de ocasión.
Tantos años después, esas imágenes me llegan. La vuelta al cole fue terrible. Creo que conté una por una todas las baldosas de las veredas caminadas. Ese día, en algún punto marcó un camino, el de que todo puede suceder, y nuestros seres más queridos y protegidos, vaya a saber por qué extraño designio se pueden ir para siempre.
Laura hoy no es mi amiga, ni siquiera puedo retener su última silueta, porque de ahí en más cada vez que la ví, ya no fue la misma, tenía la pesada mochila de saber que no era igual a mí y yo no quería ser como ella. En un tiempo hasta tuve miedo de pasar por su casa.
Cuantas cosas más habré pensado con el tiempo, cuantas fantásticas historias habrán quedado en otro rincón...lo que sí estoy seguro, es que este triste recuerdo, me seguirá acompañando para toda la vida ….
A la memoria del papá de Laura Zignego (Q.E.P.D)