lunes, 21 de diciembre de 2009

FELICES FIESTAS

Para los seguidores habituales y a los eventuales también, mi más afectuoso saludo, en las fiestas venideras. Les agradezco, la paciencia, los comentarios y las criticas.
Atte. Arnold Coss

viernes, 4 de diciembre de 2009

La Pirata, sus primeros pasos...( Parte I)

Por arnold Coss

Al cumplir sus 12 años, a Clara María de las Mercedes Carreras, le pasaron dos cosas muy importantes. Por primera vez se indisponía y lo poco que le habían contado (casi nada), solamente sirvió como un aviso. Los síntomas y el malestar no estaban en sus planes ni remotamente. La segunda, fue la noticia menos esperada. Ya tenía la edad adecuada para ser internada en el colegio de pupilas.
Era de esperar que su padre Juan Antonio, fuera de pocas palabras y hasta se diría insensible en las expresiones, pero el mismo día de su cumpleaños, a la hora del almuerzo y sin rodeo previo, darle semejante noticia, solo hizo acrecentar la necesidad de querer irse y cuanto antes mejor.
Dejaba tres hermanos menores y uno mayor. Pedro, tan solo un año y 13 días mayor, ya era todo un capataz, su vida se limitaría a la estricta vocación de empleado de estancia y su función principal, solamente se desarrollaría en el horno de ladrillos. El barro pisado a caballo, mezclado con paja, serían su primer conocimiento técnico. La carga del barro preparado y el moldeado en las bandejas, la parte de fuerza. El secado al sol, puestos en la cancha a 45° grados serían su paciencia y finalmente, ponerlos a calentar dentro del inmenso horno de ladrillos, la culminación de una obra tan noble como rutinaria. Así se irían uno a uno los días de Pedro y quizás de sus hermanos menores. Para Clara María de las Mercedes, otro destino comenzaba a escribirse.
Recorrido los veinte kilómetros hasta el pueblo, esta vez sin el vestido blanco, como cuando la llevaban a misa en las fiestas patrias, bajó del sulky con su bolsito hecho de arpillera y tientos, unas pocas prendas y los ojos nublados, que empezaban a extrañar, lo que sabía no volvería a ver por mucho tiempo.
Su madre Olga Anastasia Díaz, no se esforzó en la despedida, siempre a las sombras de su esposo habían curtido sus pensamientos. Un hasta luego hija, fue suficiente, después los quehaceres de la casa, no la dejaron distraerse demasiado.
Un día entre copas me contó que la frase del libro Don Segundo Sobras, “me fui como quien se desangra”, la identificaba de cuerpo entero en aquel momento.
Habían pasado varios meses de aquel triste 15 de octubre de 1962, no volvió a ir a su casa por varios motivos. Algunas veces la lluvia hacía intransitable el camino de tierra, otras el calor abrazante, impedía que los caballos hicieran en un solo día los 20 Km. Ida y vuelta y otros, porque -en las casas, no se puede parar de hacer las cosas, como para andar de viaje, mija.- fueron las únicas palabras a modo de disculpas que le dio su madre, en el ultimo y fugaz encuentro.
La escuela fue un trámite, tan habida de conocimientos estaba, que llegar al tercer año no le costo demasiado.
Cuando la Hermana Superiora, le comunicó que ya era hora de empezar a trabajar, supo que venía otra nueva vida. Sus días en el claustro estaban contados. Las salidas serían una forma de volver a escapar.
No dejaba nada a sus espaldas, sus ocasionales compañeras pupilas, no habían sido de mucha ayuda en cuanto a la comunicación y las ocasionales compañeras de grados, no se dirigían hacia ella, más que con palabras de compromiso.
Fue muy dura la vida en el internado de señoritas y muy rigurosa la enseñanza religiosa, con lo que pasaría mucho tiempo, hasta que empezara a sentirse liberada.
A los 17 años, ya era una mujer de figura armónica, su pelo negro, ya no tenía los rasgos amarronados del quemado del sol de cuando era chica. Su educación alcanzaba, para expresarse adecuadamente y su sonrisa florecía sin disimulos cuando tomaba el vuelo de lo espontáneo.
Así fue como llego con su vida, a la estancia Las Flores, propiedad de Don Luciano Fortabat, hombre adinerado e influyente como pocos. Alguna vez, se lo supo ver por Gualeguay, aterrizaba con su avión particular y salía en la Estanciera que lo esperaba al pié de la pista. Cuentan que le encantaba manejar a grandes velocidades y puede ser nomás que así sea, porque una tarde, arranco de cuajo una tranquera, por no frenar a tiempo.
En esa estancia Clara María de las Mercedes, hizo sus primeros pasos de trabajo. Siempre con su gesto amable, bien parada y de impecable uniforme.
Fueron necesarios unos pocos años, hasta convertirse en la ama de llaves ideal. Sabía leer, escribir, muy prolija en su quehaceres, con la que el capataz, Don Carlos Torrente, la puso al mando de toda la servidumbre. Este liderazgo incluía a los peones, jardineros, y proveedores que diariamente circulaban por el casco de la estancia.
Tanta capacidad y manejo en el trabajo, acrecentó aún más su figura como mujer. No pasaba desapercibido su cuerpo y los ojos que se posaban en ella, ya no eran solamente de la peonada, todos los visitantes ocasionales o no, de los patrones.
Así fue como una tarde Don Carlos, no se permitió el lujo de solamente desearla y la abrazó con fuerzas, en un santiamén los dos estaban en el piso, la alfombra fue testigo de la primera relación sexual de Clara María de las Mercedes, su vida una vez más cambiaba drásticamente.
No es sencillo contar lo que paso luego. Arrumacos, visitas a escondidas, corridas en el campo, miradas disimuladas en los fogones, escapadas al pueblo a ver, vaya a saber que cosa. Todo eso paso en seis alocados meses.
La realidad golpeo su puerta, la tarde que la Sra. de Don Carlos, anunciaba su cuarto embarazo. Era brava la señora y tenía entrenada a su gente. Seguramente a estas alturas ya sabía lo del romance y ahora en este estado no dejaría que su esposo siguiera buscando favores, fuera de su cama.
Nunca se prometieron nada y seguramente en sus pensamientos sabían de lo efímero que podía ser la historia que los unía. Don Carlos, capataz como pocos, altanero y bravo con sus retos, tenía su talón de Aquiles y ese eran sus hijos. Los gemelos Facundo y Fernando de 10 años y Juana de 6.
La patrona, como le decían en la estancia, no se quedaba atrás en sus mandos. De malos modales, siempre al borde de la histeria, con el grito listo para salir sin importar el destinatario. Fue ella quien decidió dar el paso adelante, nada se movía sin su consentimiento y enterarse del romance no le tomo mucho tiempo, quizás acostumbrada a las aventuras de su esposo.
Una tarde, en plena siesta, donde lo único que se escuchaba era el incesante chirriar de las chicharras, comenzaron los gritos. La patrona amenazaba sin retazos a María de las Mercedes. Los insultos fueron creciendo en tenor y volumen. La paisanada y el personal de servicio, se encontraron al pie de sus catres, como esperando saber como terminaba la disputa. El estruendo producto del disparo de una escopeta recortada, los sobresaltó, el estallido de un vidrio, el ruido a pasos acelerados, otro disparo y el grito desgarrador que significaba una sola cosa, el tiro había llegado a destino.Con el último esfuerzo, Clara María de las Mercedes, había llegado, hasta el alambrado que separaba los corrales del parque perimetral del casco de la estancia. Jadeando y con su pierna derecha ensangrentada, a la altura del muslo, se trepó hasta el tercer hilo del alambre de púas y allí no resistió el dolor, quedó colgada, el dolor insoportable dio paso al desmayo. Se despertó tres días después en una cama de sabanas blancas del hospital San Antonio, entre adormecida, desorientada y con mucha sed. Allí recibe la otra gran noticia que cambia su vida drásticamente, su pierna derecha había sido amputada y el mundo peso como plomo en sus hombros. Nada sería igual después de eso, la vergüenza, el alcohol y la prostitución fueron sus siguientes pasos, pero ese cuento, la tienen como protagonista en otra historia.......
(Ver Un Secreto Conocido)