jueves, 30 de abril de 2009

La llave de un triste recuerdo (Parte II)


Por Arnold Coss


Aprendió desde muy temprano lo que era una ausencia y fue a finales de Agosto cuando su madre falleció. Los chicos son intuitivos y tienen una habilidad especial para darse cuenta que a su alrededor algo pasa y por aquellos días el Colo, se sentía como perdido, angustiado sin saber bien que le pasaba. Esta sensación podía tener diferentes formas, lugares, duración o intensidad.

Seguramente para protegerlo, su Padre, tan solo le había dicho que ella estaba un poco enferma. Como todo chico, por supuesto, se habrá imaginado un resfriado o quizás alguna de esas enfermedades como las que a él lo obligaron a permanecer en cama alguna vez. Pero paso bastante tiempo y ella no volvía del hospital, y cuando lo hacía era por tiempos muy cortos y la sospecha que algo no estaba bien lo confundía aún más.

Una de esas noches donde su madre había estado en casa, escuchó algunos llantos que provenían de las habitaciones al fondo.

El colo, como lo conocíamos todos, era un chico sensible, con cierta mirada sumisa y melancólica. Ahora pienso que seguramente estaba pensando en algo referente a su madre, porque en momentos también lo había visto secarse algunas lágrimas de sus ojos. Lo increíble era que le duraba poco, al rato ya estaba con todos nosotros, jugando y corriendo alocado, como si el mundo se acabara en poco tiempo.

Creció imaginando que quizás ella no había muerto, que en realidad se escondía, o porque no, estaba en el otro lado del pueblo y por ahí tenía otros hijos, y era feliz. Siempre pensaba que a la vuelta de la esquina la encontraría y le sonreiría como tantas otras veces. No lo afligía la idea del "abandono", no consideraba la posibilidad de odiarla por ello, lo único que le importaba es que estuviera bien... y con toda su alma deseaba que estuviese viva. Con el paso de los años, el niño dio lugar adolecente y al nacimiento de la inevitable madurez. La eterna ilusión se fue perdiendo ante la abrumadora realidad. La nostalgia en momentos era insoportable, le dolían todos los sentidos pensando en los buenos momentos vividos, cubierto por sus brazos y sus besos. Ya siendo adulto, en soledad y silencio rescataba recuerdos, los pocos que podía tener. El dolor más grande, le causaba no poder recordar su voz ni su olor ni su amada sonrisa.

Pensaba en su Padre, en lo duro que debió ser todo. Le gustaba pensar que desde que se habían separado él no la había olvidado ni un solo día, imaginando con su mente la otra vida posible, la vida que no fue, una vida sin carencias, aun siendo consciente de haber sido medianamente feliz, y con la vista puesta en su reflejo entendió que cuando amas de verdad a alguien, aprendes que la muerte tan solo es el principio de la inmortalidad.

miércoles, 1 de abril de 2009

De recuerdos y olores

Por Arnold Coss

Buscando en mi mente partes de un pasado inmediato, reconstruí casi sin darme cuenta uno muy importante de mi pasado lejano. Instintivamente la selección de las mejores partes ocuparon mis pensamientos. Qué increíble ¿no? Hasta dónde es capaz de llevarnos la mente, a qué rincones alejados, a qué fragmentos de tiempo y espacio. Charlas que hubiésemos querido borrar, historias de triunfos, situaciones vergonzantes, emociones olvidadas y nunca compartidas. Todos esos recuerdos están en nuestras mentes, vaya a saber de que forma, archivados, seleccionados por el azar de nuestro laberinto.Cuando busco en los recuerdos, siempre pasa darme cuenta que los recuerdos cotidianos son infinitamente menos en cantidad. Es como si los arrastráramos al olvido. Y ahí van las sonrisas, las miradas, los gestos y por qué no, los olores. Ya sé, pensarás qué loco recordar olores. Es raro y se supone que no es fácil. Pero cómo no tener presente treinta años después, el olor de las medias lunas saladas de aquella panadería en calle San Antonio, a las cinco y media de la mañana cuando volvíamos de bailar, o simplemente de trasnochar. ¡La pucha! lo tengo acá en este momento. Y no puedo evitar cerrar los ojos, y es un disparador de otros tantos más. Ahí viene el olor al pasto regado de la plaza San Martín, y ahora viene el de la tierra mojada, cuando pasaba la regadora municipal. El de Puerto Ruiz, cuando iba a pescar con mi padre, el de la arena mezclada con barro en Paso Coronel, el del vestuario de básquet de BH fumando a escondidas del profe. El del fútbol de Gualeguay Central, cuando traían el cajón con un par de docenas de botines, puestos una y cien veces por vaya a saber cuantos antes. El olor a la humedad del túnel que nos llevaba a la cancha y que solamente los "buenos" que llegabamos a primera podíamos transitar. El olor de la carpintería de la vuelta de mi casa, al horno de ladrillos de mi abuelo en el campo, al de la parrilla del comedor de la calle ancha. Al domingo en el hipódromo. A la fritura de las empanadas preparadas para vender y así juntar plata para el viaje de quinto.
Al de esa casa vieja pintada de rosa, donde cada vez que iba era como dar un paso más en la carrera de macho. Y aquí me detengo. Merece un párrafo aparte. ¿Cómo explicarlo? Ya desde la vereda se lo percibía de memoria. Pero cuando abríamos esa pesada y gloriosa puerta que separaba al mundo bueno de lo impúdico, una mezcla rancia flotando en el aire se abalanzaba hacia mi cuerpo, queriendo ganar la calle como buscando liberarse del encierro. Ahí estaban los vasos de vino, cerveza, ginebra, todos con sus olores superpuestos, con los perfumes de vaya saber qué marca olvida en el tiempo, puestos para la gran ocasión. El olor de los pisos que causarían el espanto de cualquier bromatólogo de la nueva generación. El de ese cuarto descascarado, con el techo de altura eterna y un cielorraso de tela pintada de blanco, con una sola cama de mil batallas de sexo olvidados, con olor a sabanas sudadas y gastadas. El olor a cuero de las billeteras abiertas para pagar tanta generosidad carnal y allí, como broche de oro, mi propio olor, enmarcado como en un retrato junto con otros recuerdos prestados por mi memoria. Estoy seguro que cuando deje de escribir estas líneas irán nuevamente a ocupar el lugar donde estaban archivados en mi mente. Hoy solamente abrí un poquito una ventana y fueron saliendo, primero como quien pide permiso, después, desbocados en malón. Tengo que admitir que me dio nostalgia mi vida vieja de olores irreconciliables con mi vida nueva, pero tengo una gran ventaja, el saber que están ahí y algún día los puedo volver a invocar, tal vez, como parte de otra historia.