miércoles, 20 de mayo de 2009

Aprendí y Decidí
Y así después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar!!!!!!!!
Decidí no esperar a las oportunidades
Sino yo mismo buscarlas.

Decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución,
Decidí ver cada desierto como oportunidad de encontrar un oasis,
Decidí ver cada noche como misterio a resolver,
Decidí ver cada día como una nueva oportunidad
de ser feliz.

Aquel día descubrí que mi único rival no era mas que mis propias debilidades,
Y que en estas, está la única y mejor forma de superarnos.

Aquel día deje de temer a perder y empece a temer a no ganar,
Descubrí que no era yo el mejor y que quizá nunca lo fui,
Me dejó de importar quien ganará o perdiera, ahora me importa simplemente
Saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino
jamas dejar de subir.

Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener, es tener
El derecho de llamarle a alguien “amigo”.

Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento,
“el amor es una filosofía de vida”

Aquel día deje de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados
Y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente;
Aprendí que de nada sirve se luz si no vas a iluminar el camino de los demás.

Aquel día decidí cambiar tantas cosas.
Aquel día aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad!!!!!

Desde aquel día ya no duermo para descansar,
Ahora simplemente duermo para soñar….

miércoles, 13 de mayo de 2009

Un Secreto Conocido


Por Arnold Coss


Cómo música de fondo suena incansable el potro cordobés y su “Cómo olvidarla, cómo olvidarla….”, podría traerme la imagen de alguna imponente mujer por ejemplo, pero no, no en esta ocasión. La imagen es bastante más patética, es la imagen de Clara María de las Mercedes Carreras, alias la pirata.
El por qué de semejante apodo, se sabría tarde o temprano. Para los que lo descubrían temprano, todo bien, no pasaba de un susto, tragar saliva y decidir en el momento. Por lo general la escena se repetía con un mismo final, corridas, pantalones a media asta, camisa al viento y la puerta como llegada triunfal, después un pasillo interminable y otra puerta más a la calle. Esa calle que los recibía silenciosamente, aunque en cada cabeza retumbara un coro de ángeles cantando Aleluya, Aleluya. Así era mis amigos la liberación.
Preguntarán que causaba tanto espanto, ahora se los cuento, pero antes permítanme una breve introducción.
A los 15, allá por el año 78, conseguir los favores sexuales era toda una aventura. La lógica era ir a la famosa Guampa de Oro con su más amplia gama de propuestas carnales; pero los valores de acceso más el pago de los tragos previos, superaban los magros ahorros. Salvo en mi cumpleaños, tener dos billetes juntos el mismo día era los más parecido a ser un triunfador, y el destino de esos billetes tenía un único objetivo aquel día: quería, necesitaba, imploraba tener sexo.
A esa edad, el pensar en acostarse te remitía con exclusividad a un “quilombo” y los servicios de una prostituta que cuanto más joven y menos “usada” mejor, pero como en toda transacción, para este nivel de oferta, el precio subía a escalones casi de lujo, por eso la elección del lugar cambiaba desde lo estético de la casa, a lo estético corporalmente hablando. Es aquí donde llegamos a “la pirata”, la receptora de casi todos los desesperados con esperma urgente y bolsillos esqueléticos.
Mi por entonces amigo Manolo Galván, conocedor experto de bulines y afines, sabiendo de mi necesidad comentada al paso, me recomendó a una señora, que si bien ya estaba entrada en edad, atendía sutilmente todas las demandas y con eso, explotaban aún más mis fantasías.
Allá me fui. Me extrañó que no me acompañara pero no importó, era cuestión de minutos y cuanto menos testigos mejor. Era un trámite del cual uno podía andar alardeando alegremente.
A las once de la noche, el frío era casi insoportable, el viento pegaba en mi cara y esa sensación de temblor interno constante. Ya era una decisión tomada e irreversible, si o sí tenía que concretar el objetivo.
Llegando a las cinco esquinas la ví, no hubo necesidad para disimulos. Las calles estaban vacías, la encaré de una, aún hoy me sorprende tanta determinación. El acuerdo fue inmediato hubo un pedido, un precio, la típica respuesta buscando rebaja y la suma casi de oferta reparaba en algo una noche con poco trabajo. Las instrucciones no se hicieron demorar
- Andá nomás, entrá por esa puerta (señalando un portón de chapa oxidado), seguí hasta el fondo que hay una puerta verde, entrá y acostate que ya voy.
Amigos, nada hasta acá hacía sospechar que algo no estaba bien, todo seguía un curso normal. Ni mi edad y mis ganas contribuían a no pensar demasiado. El momento del acto era inminente y esa sensación estaba muy presente en mi cuerpo.
Una foto de ella bastante más joven en la pared de ese cuanto decorado con un gusto principiante, alejó una posible sorpresa, ella era ella. Una estufa a kerosén consumía el ya de por sí enrarecido oxígeno, el catre, las sábanas, una palangana con agua al costado, un jabón blanco semi partido y un velador con luz roja en un foco de 40w, todo a media luz, todo como eran las piezas de los bulines conocidos, con más o menos detalles. El lugar era lo de menos, ya casi estaba desnudo cuando escuché sus pasos en el pasillo, la respiración se me entrecortaba, no me acordaba del frío y el traqueteo de los dientes había desaparecido.
Tengo que admitir que la puesta en escena estaba acorde al precio inicial y quizás el pedido de rebaja me jugaba en contra, porque si se me antojaba un segundo round, la excusa del “tengo solamente cuatro pesos” no me daba oportunidad, salvo, y eso lo pensé mientras caminaba por el lago pasillo de entrada, que le ofreciera el flamante atado de cigarrillos que había comprado un rato antes, cuyo costo sumado era en definitiva el valor de la tarifa oficial.
La pirata entró, se acomodó en la única silla del cuarto, me miró fijo, y mientras se sacaba la ropa me preguntó la edad. Obviamente le mentí
- 17 le dije.
Estoy seguro que no me creyó pero ya no importaba. Cuando quedó en corpiños mi erección era tal que no sabía si podía resistir que se los sacara. Se paró suavemente y se sentó al borde de la cama de espaldas hacia mí. Allí veo que se saca la pollera, hace una rara maniobra y un suspiro como de alivio. Casi no contenía mi jadeo, el momento estaba ahí, todo lo planeado durante días estaba en mis narices, sólo faltaba lo mejor. La sensación de carcajada inminente se desdibujó en un instante; la pirata me revelaba un secreto sin palabras, el que todos conocían pero nadie informaba, ni yo lo haría jamás, por temor a ser señalado o burlado como los clientes. El secreto se me presentaba de la peor manera, en el peor momento y mis 15 se redujeron a cinco cuando me salió aquel grito de terror provocado por la increíble imagen de una pata de palo que ella apoyaba sobre la mesa de luz mientras me preguntaba tímidamente:
-¿te molesta si me la saco, así trabajo más cómoda?

Con los años supe por qué motivo “la pirata” perdió su pierna. En un fallido salto en alto por el alambrado de púas de tres hilos, mientras huía de su patrona, a la que le disputaba los favores amorosos. El galán era capataz de la estancia Las Flores, allá, pasando el arroyo Clé, saliendo de Gualeguay. Pero esa, mis amigos, es otra historia….