sábado, 1 de agosto de 2009

Caricias y algo más...


Por Arnold Coss


Julia festejaba los 15 años de Mariana su única hija. Había tenido muchas privaciones, hasta de las más básicas, pero nada importaba, solamente la fiesta de cumpleaños de su amada niña la hacía sentir completa. Mantenía contra viento y marea su objetivo, lograr darle la mejor de las sorpresas, la alegría más soñada.
Durante un año caminó las 20 cuadras a su trabajo, tenía que ahorrar. Desayunaba un té con leche que le ofrecían cuando tomaba su turno en la fábrica, comía con ansias el pedazo de pan con manteca y sus ojos brillaban, se sentía nuevamente en forma.
Julia sabía de miradas escondidas, caminaba siempre con sutileza, jamás la vi. correr, nunca la vi detenida.
Cuando supo que estaba embarazada, estallo en lágrimas, el mundo se abría a sus pies en la sala de maternidad del Hospital San Antonio. Instintivamente se cubrió la cara con sus manos, tomo aire como para explotar en un llanto contenido, pero no. Levantó la vista y el póster del feto dentro de un vientre la dominó. Habían pasado dos minutos de la noticia, demasiado tarde para lágrimas se suele decir. Ella así lo entendió y su vida, no volvió a ser la misma.
No sabe exactamente cuando fue ni con quien, el sexo era un juego, lo verdaderamente importante eran las caricias que recibía y detrás de ellas imaginar como serían las de un padre que nunca conoció.
No se contenía a la hora de actuar, conquistó y fue conquistada. Le tocaron amantes torpes, desconsiderados, novatos, experimentados, lo que fuese, lo importante era ser acariciada y sobre esa balanza, sostenía o no a sus hombres.
He escuchado muchas historias, pero la de ella me emocionó en aquel momento y me emociona ahora en el relato.
Me describió un lugar, un instante; pero no al joven que estuvo con ella. El también le había preguntado por su vida, sus inicios, sus gustos, sus tentaciones, sus miserias, todo eso a cambio de caricias y algo más.
Una noche muy fría de Agosto, se encontró con lo que había salido a buscar. No tardo mucho en estar nuevamente tirada en el piso, sobre una frazada que olía a humedad, puesta para simular una improvisada cama, en el centro de esa gran habitación. El lugar sí le llamó la atención y ciertamente nunca fue de reparar en ellos, pero este tenía un olor a madera antigua recién pulida.
La casa, con típica fachada de las de los años 30, tenía un portón enorme de madera, accesorios de bronce, el receptor de correspondencia y el llamador en forma de puño. Las ventanas laterales a la calle, el pequeño balcón con sus rejas artesanas. Un pasillo de ingreso, dos escalones de mármol blanco, que contrastaba sutilmente con el beige de los mosaicos. La recepción, donde años después un gran sillón colonial de tres cuerpos y sus dos compañeros individuales, se disponían cercando una mesa ratona con tapa de vidrio. Las habitaciones principales a los costados, techos interminables y una sensación de frío inevitable, contrastando con el calor de hogar que siempre brinda el piso de parquet. Durante el día su amante de ocasión, los había estado puliendo con viruta y sus manos habían quedado ásperas y maltratadas.
Las caricias de esa noche no fueron las esperadas, si bien no las pedía, cada uno de los que compartieron su intimidad, sabían de su especial preferencia. Llegaban como obligadas, sin pasión, no tardó en sentirse molesta, necesitaba otro aire. Siempre fue directa, este caso no era la excepción, no tenia tiempo para sutilezas, imaginó que aún podía tener otro encuentro, la noche no terminaba, saludó y se fue.
Algunos fantaseaban con favores extras si eran aplicados, y mis amigos, les afirmo que luego de uno de esos favores, ya no había nada más. El recuerdo seguramente sería atesorado, difícil de arrancar, y mientras el mito crecía, la tentación era irresistible.
Un par de meses después, Julia dedujo que quizás esa noche, fue donde adquirió su nuevo estado y junto con esa duda, inevitablemente el olor a madera pulida la seguía perturbando.
A medida que su panza crecía, supo soñar que se mecía en un sillón, mirando por detrás de las cortinas transparentes, una calle vacía a la hora de la siesta, con el hogar prendido y el humo saliendo por la chimenea en esa habitación que ya no estaba vacía.
Aunque su realidad estaba a muchos años de distancia, el solo imaginarlo, le producía una ternura muy especial, la mantenía como en un sueño, como si algo mejor siempre podía llegar.
Mariana calcó la historia de su madre, llegó a su mundo, pero nunca entró al mundo de su padre. El, quizás contemple sin saberlo, algo de lo profunda y silenciosa de la mirada de Mariana, cuando se mire, en los ojos de la que cree de su única hija.
El día llegó, la fiesta fue como soñó, amigas, baile, el chico esperado estuvo más lindo que nunca, según sus dichos. En mitad de la noche, así, como de la nada, mientras su amada hija, se retrataba al costado del hogar prendido, en un rincón del salón, recordó aquel olor a madera pulida. Me juró que era ese mismo exactamente y me di cuenta en el brillo de sus ojos, que me decía la verdad. Estaba repasando “su” vida silenciosamente; en medio de tanto ruido y tanta alegría. Mañana, el día sería distinto, pero ahí, parada en un costado, como queriendo disimular su presencia, sintió las viejas ganas que creía abandonadas. Estaba nuevamente con las cosquillas de sentir lejanas caricias, y por que no, darle otra oportunidad, a aquellas de manos gastadas.