viernes, 18 de septiembre de 2009

Un llamado, un cuento y la pelota.



Por Arnold Coss



Hace unos días, mientras estaba intentando rescatar del laberinto, algún “nuevo” recuerdo, me llega un mensaje inesperado. Era Cecilia, que desde el otro lado del mundo, me escribía, contándome lo bueno que le había parecido De Recuerdos y Olores, no sin antes aclarar; que como mujer, no le encontraba otro lado, que no fuera el divertido. Ya habían llegado los saludos de Claudio, Rafa y el de Jorge. Un instante después, otro llegó, era Alejandro, un amigo de la vida que me sorprendió con sus líneas.
Hacía un largo tiempo que no teníamos comunicación. Aunque sabíamos de nuestra estima, a veces el tiempo pasa y el registro queda un tiempo como suspendido, como en el olvido.
Inmediatamente le devolví el correo y la respuesta no se hizo esperar. Acordamos encontramos al terminar su programa en la Radio.
Casi sobre las 18 hs. llegué agitado de subir esas enormes escaleras, siempre me hicieron acordar a las de LT 38 Radio Gualeguay, dispuestas de la misma manera y con el mismo color blanco. Con un gesto amable y sonrisa cómplice como pocas, me indicó que pasara, era evidente que nos une un afecto recíproco.
- Vení pasa, pasa Arnold; cebate unos amargos…..
Me senté a su lado, donde el termo y el mate, esperaban dar otra ronda.
El gran Víctor Hugo daba por terminada su tarea, Román a un costado esperaba que el operador diera el ok, para entonces, levantarse y acomodar sus papeles desplegados en la mesa de trabajo.
Entre salidas especiales y propagandas, me comentó sobre su visita a Gualeguay.
- Lo vi lindo! Me pareció más grande que la última vez. El teatro se llenó y con el Turco nos sentimos muy a gustó.
Me contó que se comieron un asado espectacular en lo del Mencho y con su clásica voz de admiración me afirma
- Qué jugador, mamita! Que año el 95 en River. Qué mal le pagaron cuando se fue, no lo merecía. Ramón me parece, se equivocó al dejarlo ir. Susurró a modo de sentencia.
El mate circulaba sin pausa, en un momento; como en un acto de arrojo, con los nervios de un principiante, le puse enfrente dos hojas escritas en tiempo record.
- Alejandro, me harías la gauchada de leer este cuento? Me gustaría tu opinión.
Era mi último cuento, unas líneas, salidas como arrancadas de lo profundo de mis recuerdos.
Me miró con paciencia, no pude descifrar si la oferta lo incomodó, esa es una cualidad impagable, que tienen los que saben de la vida, los que miran con ojos de buena gente, saben cuidarse de no herir sentimientos.
Tomo las 2 hojas, intentó un suspiro, él sabía que era un compromiso, pero su don de gente educada superó el momento y me sentí horrado con su lectura.
Atento, seguí todas sus expresiones mientras leía. Note como avanzó rápidamente los primeros renglones, en un momento arqueó las cejas, como si algo le llamaba la atención, era evidente que se había interesado, levanto la vista, pero la mirada no estaba dirigida hacia mi, sino al gran maestro.
- Víctor Hugo. ¿Tenes tiempo. No te quedas a escuchar?
Me sorprendió el pedido, sabía que le podía gustar, pero de ahí a compartir con él ese momento, me gratificaba por un lado, me inquietaba, por el otro.
Alejandro leyó como en sus mejores galas, sin interrupción el cuento soñado.
Ese que habla de los Sábados a la tarde, de cómo comenzaba el ritual. Después de almorzar y salir como escapandos y rápidamente, con el ultimo bocado en la boca; de esa manera, dábamos por iniciada la ceremonia. Sentarse en el tronquito de lo de Pocho era señal de presencia, a su alrededor, todos los demás tomábamos un lugar.
También habla del momento deseado que llegaba, de cómo los más chicos, esperábamos a ser elegidos y de la agonía de saber que las vacantes no eran las suficientes. Hacíamos “gancho”, para que alguno de los grandes, se hubiese tentado con la siesta y se demorara más de la cuenta.
Habla de aquel equipo, formado para un desafío contra los del Pancho Ramírez. Defensores de Tanque se llamó. Habla de Miguel Britos y sus atajadas espectaculares, de Carlitos Saldaña y sus corridas, del Nene Valiero, el distinto, dueño de una zurda prolija y certera, de Pichi Terragno, el rapidito y de otros tantos amigos de la infancia.
Conté del debut y de nuestro primer partido por plata. De cómo nos corrieron a piedrasos para no pagarnos el ajustadísimo, pero merecido triunfo. Habla de desafíos y de muchas otras cosas más.
Le encastré anécdotas, me acordé de Pity, cuando dejo en su pierna izquierda las huellas imborrables de un alambre de púas, en la chacra del gordo Dunat. El mismo con el que una foto en blanco y negro nos retrató, mostrando la realidad de un pasado sin distancias. Como cuando con Juana mi amigo entrañable, aprendimos a llamarnos con silbidos en clave, era la señal para ir a jugar incansables, con alguna pelota improvisada y escaparnos de la siesta obligada.
Ese cuento, también narraba; como era vivir pensando solamente en la pelota. Que el tiempo despierto debía estar ocupado casi con exclusividad, a su majestad, “la redonda”. De cómo pegarle, como correr con ella de compañera; de cómo dormir abrazados, era como no desprenderse nunca del tesoro más preciado.
Habla también de cómo se perdió, sábado a sábado todo vestigio de aquellos días.
Cuando terminó su relato, me pidió inmediatamente permiso para poder contarlo en sus actos, al momento que recibía el consentimiento del maestro. Se lo veía satisfecho por lo que había escuchado. Román, hombre de palabras como poco, estaba callado, pensativo, señal evidente que también le había gustado.
Sentí un placer enorme al ser felicitado, el apretón de manos, fue un premio más que suficiente.
El sábado, Alejandro lo leyó en su programa. El productor, se asombró. El teléfono no paró de sonar, los e-mail llegaron a montones. Mujeres, hombres y chicos, pedían que lo repitiera y quizás un día de estos lo haga. Les garantizo, que ustedes también lo van a pedir y disfrutar como todos ellos. Estoy seguro también se emocionarán y porqué no, una lágrima les ruede como al pasar.