jueves, 26 de enero de 2012

Cuando dos vidas paralelas se tocaron


por Arnold Coss


En los comienzos de los años ochenta, Miguel llegaba a la gran capital, con veinte años y un futuro en sombras.
Inmediatamente el olor de la ciudad lo invadió, fue su primer golpe negativo. No estaba acostumbrado al smog, mucho menos al ruido y muchísimo menos al gentío.
Pasaron los días iniciales y el contraste entre las maravillas descubiertas y la locura de la nueva vida, transitaba por un equilibrio pocas veces estable.
Por ese entonces, Sonia recorría sus veintitantos años, a un ritmo deslucido, casi de compromiso, ninguna frontera se interponía y no precisamente porque las buscara, más bien en lo posible las evitaba, no vaya a ser que las dudas, terminaran por desnudar lo que realmente presentía que le pasaba. No quería ni le interesaban las disyuntivas internas, las decisiones importantes de su vida, siempre fueron tomadas influenciada por otras personas y eso estaba bien, así era, así seguiría siendo por muchos años más.
Recuerdo las miradas cuando los presentaron, intuí que tanta disparidad de costumbres y de personalidad, podría unir sus vidas en algún punto, un poco más allá que transitar solamente la naciente relación laboral.
Los seguí viendo unos años más, se dirigían por caminos muy diferentes, pero con un común denominador en el pasado y presente. Siempre tratando que la mochila a cargar, fuese lo más ligera posible, sin ataduras, sin compromisos, sin un lugar social al que pertenecer, con el trabajo alcanzaba, las relaciones deberían ser muy ocasionales aunque para Sonia, siete años de abstinencia era un número que le empezaba a molestar.
La plaza de Mayo, fue testigo de sus primero besos, les costó adaptarse a sus nuevos roles, la vista ya no bajaba al encuentro de los ojos negros de Sonia. No dejaron de ser amigos, pero el camino a desandar traía nuevas historias, se imponían nuevas vallas en su andar y por primera vez en años, no tuvieron dudas, las derribaron rápidamente como si el tiempo fuese a desaparecer de un momento a otro.
Los encuentros apasionados no se hicieron esperar, el fuego se encendió muy rápido, no había nada que demostrar, aunque en su interior los dos se habían ocupado y muy bien de ocultar sus miedos. Pronto los atrapó la rutina, no había nada nuevo bajo el tibio sol de otoño. Ella no se animo a contar todo su pasado, solo fue superficial y eso no estaba bien. Para Miguel no fue necesario ocultar nada, pero tampoco tenía demasiadas expectativas, entonces solamente se limito a exponerse lo indispensable.
En unos meses los atrapó la rutina, sin dejarlos respirar, los días de la semana ya no tenían sus licencias y los leños de la pasión aplacaban su calor.
A Sonia, pocas cosas la satisfacían más que las cosquillas en su espalda y Miguel sacaba provecho de esa debilidad. Pasaban las tardes tendidos en aquella cama, mirando sin mirar quizás al mismo techo al que le cantaba Joan Manuel. Con esta sutil, pero efectiva forma de agradar, él fue llevando un poco más lejos, lo que era inevitable terminar.
Fue ella quien empezó a dudar y estas trajeron excusas y con estas las primeras mentiras. El estar cansada y sin tiempo propio, resultó su mejor guión para ir escapando de la compañía que se había transformado en un peso extra, muy difícil de cargar.
Para Miguel, Sonia significaba a estas alturas la distracción diaria, una compañera más íntima que el resto, era como tener algo para hacer, cuando todo lo demás, le dejaba un espacio y con eso llegaba al final del día. Los días se pasaban uno a uno sin un futuro común que les animara a continuar. Las noches eran más largas, el sexo no se disfrutaba y para ella hacerlo significaba esperar a que él terminara y suficiente. Para Miguel significaba esforzarse por complacerla, pero tarde o temprano, sabía que la resignación, golpearía una vez más a la puerta que ahora veía entornada.
En nombre de la amistad cultivada por tantos años, ella lo llamaba a la reflexión, peor Miguel no entendía de grises, su blanco era el amor incondicional, su negro el terminar con todo contacto. Hubo un himpas, los días inmediatos al adiós fueron pasando como automáticos para la soledad infinita de él. Los de Sonia fueron cargados de actividad, la mejor excusa para no pensar, supuestos reclamos de visita a familiares y amigos, supuestos tiempos para su realización personal.
Era evidente que los años que Sonia había pasado a solas, habían calado muy hondo en sus sentimientos y muchos años después me confesaría, que en ese entonces, nadie hubiese encajado en el lugar adecuado de su vida. La espera del gran amor, vencía las ganas de tomar riesgos y estos fueron desapareciendo sin consultar. Quizás como amante hubiese resultado, pero la imagen del dedo acusador de sus padres, no le permitía semejante atrevimiento.
En los años sucesivos, Sonia dejo de pensar en gustar, las idas a la peluquería, dejaron de ser importante, comprase ropa ya no era primordial, los viernes terminaban a media luz en el living de su casa, mirando Función Privada, alimentado la idea que un día llegaría su momento que por supuesto no sería ese. El paso de los años le fueron mostrando otra mirada sobre su futuro y ahí estaba nuevamente en la encrucijada. Sus tiempos ya no fueron propios, ayudar a sus padres con la casa la convertía en un ser necesario e indispensable. Correr a solucionar los problemas de su hermana con su sobrino, la transformaban en la mediadora perfecta. Acudir a escuchar las penurias matrimoniales de sus amigas la colocaban en el lugar ideal de la amistad, todas esas fueron sus nuevas obligaciones y la resignación de su propio amor, se rindió a sus pies.
Para Miguel, la vida no le fue mucho más interesante. Se fue en busca de otros rumbos laborales, deambulo entre nostalgias y alegrías. Los amores se sucedieron sin dejar huellas, la cicatriz de Sonia no dejo margen para creer en Cupido y sus flechas.
Se canso de de andar sin rumbo fijo, volvió a su pueblo con la esperanza de ver que algo nuevo le pasara. Encontró lo mismo que cuando partió, pero más añejo. Intentó ocupar el mismo lugar de afectos que había dejado al irse, pero el tiempo había pasado para todos y los que quedaron ya tenían cubierta esa vacante.
Sus amigos, ahora eran buenos conocidos, dejo de ser la visita de paseo y la sorpresa no era la misma. Las conversaciones ya no fueron de compromiso y poco se quería y había para decir.
Veinte años pasaron de cuando se fue, volver a transitar las calles de su pueblo, le devolvieron como una cachetada los recuerdos que creía olvidados. La canchita de la esquina ya no estaba. En club de básquet que lo vio crecer, ahora su cancha se había transformado en la pista deslucida de una bailanta. Así uno a uno sus viejos lugares mostraban sus nuevas caras con las que no se reconocía. Su vieja habitación, se transformo en el lugar perfecto para ir dejando todo lo que molestaba en la casa de sus padres, donde ya no tenía su lugar.
Ahora enseña ajedrez en una escuela primaria, se “acomodó” con Mariela, una soñadora de casas rosas y patios con jardín. Ella habla también por él y sus días son un monólogo de sueños por empezar, ojalá algún día los pueda concretar.
Sonia encontró la rutina de trabajar, día tras día en el mismo lugar y así seguía estando bien. Su madre murió después de años de luchar y con ella se fue un tiempo del día que necesitaba volver ocupar. Se refugió en las redes sociales, que abrieron sus ojos de par en par. Fue así como de casualidad abrió su vida y se decidió a ver una vez más. Encontró en Julio, un amigo de una prima el afecto que necesitaba. El pasó a ser el sostén para seguir sintiéndose mujer. Ahora es feliz y lo seguirá siendo, porque así tiene que ser ya no hay tiempo para equivocarse.
Me imagino que cada tanto, levantan la mirada al cielo y se pierden un instante como lo hacían en el techo de aquella habitación. Las cenizas ya no pueden volver a encenderse, pero quien no les dice que quizás sí, con otros rostros y otros cuerpos, como esos recuerdo guardados en un rincón.