Cuando
conocí a Carolina, inmediatamente me asalto esa sensación de deseo. Su figura,
sin mucho volumen, quizás no dejaba que se apreciara realmente como era. Su
pelo negro enrulado, irresistible y seductor cuando se lo presentaba húmedo,
con ese olor tan característico a vainilla suave. Su rostro era perfecto, su
mirada tranquila, le ponía el broche ideal a sus ojos negros sin final. Verla
sonreír era el mejor regalo, sus labios tan finos y sutiles encantaban a
cualquier fiera indomable, que quisiera atraparla.
Tuvo
muchos amores, algunos los conocí y de otros, solamente escuche sus historias,
veré si puedo recordarlos tal cual me vienen los recuerdos.
El
primero que aparece es el Sr. (vamos a llamarlo) Divertido. Se fue haciendo mayor a medida que pasaron
los años. Sabía que lo quiso mucho, casi tanto como el dolor que le causó
su ausencia, pero no dejo de ser un amor de primeriza, en el que pudo confundir
todo con las hormonas revueltas por una gran pasión. Su pelo ahora es cano y ha
dejado de ser el aprendiz de vividor que fuera, para sentarse en el gran sillón
del “Señor”. Su risa contagiosa, es la misma; su sonrisa que enamora, aún la
conserva. Ella lo ha visto y sabe que la vida lo ha tratado bien, por supuesto
está contenta con eso.
Al
Sr. Divertido le sobrevino un tal Sr. Psicópata, un ser con quien compartió
tres años de su vida y se pasó los tres preguntándose qué es lo que realmente
querían los dos. Cuando lo descubrió, supo que la mejor idea era perderlo de
vista. Su enfermedad no fue diagnosticada en forma oficial, pero ella que no
tenía ni un pelo de tonta, supo atar los
cabos sueltos y se la diagnostico, segurísima de no equivocarse. Ahora
está totalmente calvo limitando sus hazañas de escaladas a la subida y
bajada de alguna que otra escalera de boliche en decadencia y sigue ganándose
la vida con su honorable profesión de Abogado.
Cuando
el Sr. Equilibrio apareció en su vida, ella estaba reluciente, era su mejor
momento, transmitía paz y seducción casi sin proponérselo. El permanece igual,
sin alteraciones aparentes, sereno, buscando el amor y compañía de una mujer
sumisa, que entienda que ser florero tiene su encanto, pero ella siempre se
negó a aceptarlo. Sigue inalterable el ritmo de su envidiable vida sin
obligaciones, excepto disfrutar de su quinta, sus caballos y su tranquilidad,
porque dejó en el camino de la vida, cualquier sujeto y pronombre que no
sea “yo” y/o ”mi”, él primero, él segundo, él tercero, él único. Lo cierto es
que aún (lo sé) ella lo mira con mucho cariño; 5 años compartidos, en los que pasaba
de ser florero a reclamadora encarnizada de sus derechos básicos, con una
fluidez sin pausas, han supuesto muchas vivencias, y la verdad, si no fuese por tanto egoísmo
demostrado, él hubiese sido sin dudas la mejor historia de amor en su vida.
Cuando
le conocí al Sr. Mentiras me reí con ganas, este muchacho llegaba en un
momento equivocado y a ella la vi cansada. El caso es que también se puso a
revolotear, analizando desde la altura de su sillón de psiquiatra al resto de
los personajes comentados. Le observé su sonrisa picarona que sagazmente emitía
un diagnóstico sobre cada uno de los anteriores, y me pareció percibir una
ligera complicidad con el Sr. Psicópata, quizás por compartir la misma
enfermedad, en la que la locura y la mentira vuelven loco a cualquiera que los
trata. Hace poco me lo cruce y no ha cambiado demasiado; sigue llevando el
disfraz de cordero para disimular la locura que lleva adentro. Se cree en el
sueño de ser el lobo feroz con el que sueñan todas las mujeres. Lo cierto es
que su estrategia le da resultados; fugaces por su constante necesidad de
seguir enamorando como receta para mantener la hombría que la naturaleza le
está negando, pero resultados al fin y al cabo.
Me
di cuenta como observaba envidioso el equilibrio del Sr. Equilibrado, del que
tanto ha oído hablar y al que tanto ha criticado.
Ella
jugó un rato también con sus sentimientos, pero en la disputa, salió perdiendo.
Me confesó que no podía engañarse y reconocer la puntada de dolor por tanto
amor que este maestro de la seducción le desató.
Derramó
lagrimas enloquecida sobre su pecho, ahí justo arriba de su corazón helado, como el de cualquier otro
psicópata. Aun se que sigue intentando perdonarse tanta torpeza en la entrega,
pero, en definitiva, su amor fue limpio y sano como él le reclamó, y eso,
aunque no compensa ni justifica tanto dolor, la calma en sus pensamientos.
Entre
todos estos Señores, cada tanto, aparecía en momentos fugaces, mi buen amigo el
Sr. Aventura. Este personaje, sin ataduras ni moldes, se conformaba, aún
compartiendo un rato de su pasión. Aventura, la desquicio hasta lo inimaginable
en sus primeros encuentros, hasta que comprendió como funcionaba y allí lo dejo
volar y por supuesto SIEMPRE, lo dejo volver a anidar en su cama. Fueron necesarios
muchos encuentros para poder tolerar sus partidas, pero nunca superó el
balbuceo que le provoca el solo hecho de escuchar su voz del otro lado de la
línea.
Seguramente
Aventura, tenga muchas otras Carolinas invitadas a sus fiestas, pero estoy
convencido que ella ocuparía siempre el sillón de la derecha en la mesa de sus
conquistas. Este Señor, de reputación de amante bien ganada, (entre sus
victimas), tiene la delicada particularidad de moverse entre ellas solamente
mirando, cómplice y con el record absoluto, de jamás haber sido descubierto.
Me
queda la vaga esperanza de considerar que, ojalá alguna vez mi amiga Carolina,
encuentre su verdadero y sano amor. Seguramente, tendrá una mezcla bastante
rara y un toque de cada uno de sus anteriores, pero de eso que se ocupe ella,
yo cumplí con mi parte de recordarle su pasado.