por Arnold Coss
Había transcurrido un tiempo ya demasiado largo, hasta que Patricia
decidiera intentar rehacer su vida sentimental. Seguro, no le sería fácil. La
separación matrimonial con Mariano no había sido en buenos términos. Aún sonaba
en sus oídos:
- Necesito tiempo, no sé qué me
pasa. Creo que tenemos que tomar distancia, solamente por un tiempo y vemos que sucede.
El tiempo pasó y no hubo respuestas, tampoco preguntó más. Una mujer
sabe cuando deja de ocupar su lugar en la vida de un hombre, afirmaba, convencida
que esa fase le aliviaba un poco la melancolía de ya no ser importante.
Mantenía su frente alta y repetía a quien la escuchara, que la clave es saber darse
cuenta a tiempo.
La nostalgia, por momentos invadía su vida; el llanto se tornaba incontrolable y no era
por el hombre perdido, era por la soledad que la abrazaba.
Intentó por un tiempo estar sola, pero hasta las paredes parecían estar
en su contra, le devolvían su voz opaca, triste y en ellas, veía su sombra sin
compañía,
Una tarde como tantas otras, volvió a la casa de sus
padres y se quedo como siempre a tomarse unos mates y conversar con quien
estuviese dispuesto a debatir sobre cualquier tema. Las charlas sobre
enfermedades, eran las predominantes, el lamento por la situación económica del
país también tenían su espacio importante. Ni hablar cuando algún cartel del
canal Crónica en la televisión, anunciaba alguna catástrofe.
Ese día y ese momento quedará en sus retinas, porque lo vio
por primera vez y así, sin más, se ruborizó. Es difícil para un hombre darse
cuenta de lo que quiere decir una mujer con su mirada. Por lo general suelen
disimular muy bien sus pensamientos, por ende, saben muy bien como trasmitirle
a sus ojos, lo contrario a lo que realmente desean. Este hombre, de unos 40 años,
con algunas canas que asomaban, bajo su pelo castaño, intentaba volver a poner
en funcionamiento el lavarropas de su madre, que de repente había dejado de
cargar agua.
– Es la bomba de
agua, ya vuelvo con otra nueva, esta no tiene reparación. Dijo en voz baja, y
se fue sin más palabras, saludando como de compromiso.
Patricia, con los años, había aprendido a ser paciente y
se jactaba de ello, de la misma manera que aconsejaba a sus pocas amigas de cómo
ser oportuna.
– Todo a su tiempo,
una tiene que saber decirle a sus nervios, como tienen que actuar. Solía
repetir como su latiguillo favorito.
Pero esa tarde, se sintió incomoda, de repente le importó
y mucho su aspecto. Inmediatamente pensó en que esa mañana no había tenido
tiempo de bañarse, con lo cual su pelo no tenía el brillo acostumbrado, por
supuesto que tampoco se había perfumado, entonces sus nervios la traicionaron,
sin querer ni darse cuenta, vació la azucarera en el tacho de basura, pensando
en que le sacaba la yerba al mate. Ese fue el primer indicio, era evidente que
ese hombre, del cual no sabía absolutamente nada y jamás lo había visto en su
vida, la había perturbado.
En los días posteriores, Patricia se dedicó casi con exclusividad
a obtener la mayor cantidad de datos posible, por supuesto que con extrema
prudencia, para que nadie se diera cuenta de sus intenciones. De alguna manera,
ese halo de misterio, hacía que ella se sintiera como atrapada, le gustaba el
personaje de espía, esa sensación de saber del otro muchas cosas y pasar
desapercibida para él. Tenía ya información acumulada como para armar buena
parte del rompecabezas de esa vida que le había sido ajena y que en ese momento
le ocupaba buena parte del día.
Supo que se llamaba Hernán, que había nacido en Granadero
Baigorria en la provincia de Santa Fe. Le comentaron también, que a los 20 años
se fue a vivir a España, en busca de un mejor pasar. Allá vivió un tiempo en Andalucía
en un pueblo llamado Dos Hermanas, donde se casó y según esa misma fuente, los
dos chicos que lo acompañaban habían nacido en España, y él se volvió solo con
ellos, cuando el trabajo empezó a escasear.
Gracias a Griselda, una amiga, dueña del único Laverap que
había en Gualeguay, se enteró que no tenía esposa. Aunque Griselda nunca había visto
a los chicos, deducía sus edades por el tamaño de la ropa que él le dejaba para
lavar. Los chicos debieran ser de unos 10 o 12 años. Le llamaba la atención que
nunca llevara la ropa interior ni las toallas.
Susana, la que atendía por la tarde el kiosco “Tatín” en
la esquina de la plaza San Martín, le comento que fumaba Particulares, pero
cada tanto llevaba Colorados, no sabía si eran para él o para alguien más; y
otro dato muy particular, casi nunca hablaba más allá del pedido específico. Le
comentó también que una vez escuchó a su hermano Francisco, hablar de este
hombre, como el “arreglatuti”, que en una ocasión le pudo reparar en tiempo
record, una alambrada de los corrales del fondo, en el campo lindero con el de Juan
Antonio Cosso, allá cerca del Paso de Alonso.
Para Patricia, investigar la historia de ese misterios
hombre, le devolvió color a sus días, se sorprendió verse más despierta, alerta
a los detalles, hasta sus amigas notaron el cambio y por supuesto preguntaron,
pero ella, sabía esconder muy bien sus sentimientos ante los demás. Solamente
ese hombre, sin casi mirarla y sin hablarle, había derribado el muro que
cubrían sus reacciones no deseadas.
Una tarde, caminando por la calle Uruguay, casi llegando a la 25 de Mayo,
lo vio venir de frente en sentido contrario y por la misma vereda. Primero se
sorprendió y su corazón sintió el impacto, después se ruborizó y el calor
invadió su cuerpo para concluir en un ligero mareo. Fueron eternos diez
segundos, tan lentos en sus pensamientos y tan veloces en sus sensaciones.
Allí, a escasos dos metros, Patricia tropezó de la manera más tonta. Lo
inmediato que recuerda, es estar sentada en el umbral de la casa de los
Campostrini, atendida por él y por Aída, que había escuchado el ruido del golpe
en su puerta.
Si lo hubiese planeado, quizás jamás le hubiese salido mejor. Fue raro
que no se sintiera ni torpe ni siquiera vergüenza por lo sucedido, lo
importante ahí y en ese momento es que estaba con él.
Aquel incidente le dio lugar a la conversación de rigor. Preguntarse los
nombres, ya en forma oficial, que hacían, a que se dedicaban, la edad, etc. Por
supuesto que Patricia, preguntaba, se respondía, por ella y a veces hasta por
Hernán, que no parecía preocuparse mucho por la charla, pero respetuoso
asentía o no, ante cada consulta.
Pasaron cuarenta y cinco días de aquel incidente. Patricia había entrado
en una especie de trance, toda su vida giraba en torno a su nuevo amor y hacia
sus hijos. El más chico se llamaba Ian y había nacido en Tarragona en España,
fue parto natural, pesó 3,100 kg.. Por aquellos días cursaba 4to. Grado en la
escuela Marcos Sastre; sus bellísimos ojos color miel impactaban bajo sus largas pestañas, que lo hacían dueño de una
mirada extremadamente dulce y seductora. El más grande se llama Juan Ignacio y
nació dos años antes en Málaga, mientras Hernán, trabajó unos meses en una
sucursal del banco BBVA, en la calle Alameda de Colón de cara al Mar
Mediterráneo.
La madre de los chicos se llamaba Carmen y murió en el parto de Ian; una
hemorragia mal contenida disminuyo sus defensas de su ya precaria salud,
producto de un embarazo complicado por una severa neumonía al principio de la
gestación. No se pudo hacer mucho, los medios clínicos de la sala en la que fue
atendida eran muy precarios, la atención no fue la adecuada.
Carmen había sido extremadamente posesiva y esta marca había quedado registrada
a fuego en el alma de Hernán, que juró no volver a comprometerse más allá de un
poco de amor al paso.
Pero las cosas mis amigos, no salen como uno las imagina, y en esos
alocados días, posteriores a la caída, Patricia y Hernán no tuvieron otro mundo.
Para ella, toda su vida se redujo a
cuatro paredes y a un solo motivo para vivir. Su nueva condición como pareja
del hombre que la conquistó con solo mirarla la desbordó. Tomó inmediata
posesión de sus espacios, su aire y su respirar. Dejó de sentir hambre, dejo de
pensar dejo de soñar.
Patricia supo la historia completa de María de las Mercedes Carreras (Ver
en este blog, “Un secreto conocido”) y lloró de amor, pero también de soledad. ¿Podría
ella saberse herida de igual forma? Su
tormento aniquiló por completo cualquier indicio de felicidad.
El terror de saberse abandonada, aunque no tuviese indicios de ello, la
atormentaba hasta dejarla sin respiración. El solo hecho de pensar que otra
mujer pudiera arrebatarle a “su” hombre la desequilibró sin más. El viaje de
ida hacia la locura había comenzado, era un viaje con principio y con un final irremediable,
solo había que esperar un poco para conocer el verdadero alcance de tamaño
cambio.
Empezó con algunos escalofríos esporádicos. A medida que pasaban las
horas este temblor ya era continuo. Para cuando Hernán tomó nota de lo que
pasaba ya era tarde, conocía esa mirada y esas actitudes. Desgraciadamente
tenía la nefasta experiencia con la madre de sus hijos; ella había pretendido
retenerlo por todos los medios, olvidándose del más sencillo y básico, dejarlo
ser, sin ataduras sin restricciones para alguien que jamás le había sido
infiel.
¿Podría ser que Patricia en algún lugar de su mundo, hubiese sentido
lo mismo que Carmen? Esa duda siempre la
tendremos aquellos que la conocimos; mejor dicho, aquellos que creíamos conocerla.
Para Doña Adela, su hija era la
luz, y agradecía tanto a Dios por lo “maravillosa e inteligente que era la
nena”. A Saúl su padre, los años de
Patricia, se le vinieron encima, como solía repetir, así en un abrir y cerrar
de ojos, pero la nena, era la nena y nada más. Ellos, habían sufrido mucho la
separación de Patricia con Mariano, pero estuvieron ahí todo el tiempo juntos
acompañándola. Malvina, su hermana menor; bastante menos resuelta, pero igual
de carismática, también idolatraba las andanzas de su referente en la vida.
El 25 marzo de 2005, a las 19 hs, luego de una hermosa tarde de otoño,
Patricia llamó a su madre por teléfono y hablaron lo justo y necesario, hasta
pareció importarle poco, el comentario de su madre, sobre la ida a la Capital de Malvina, que
dispuesta a emprender un negocio, se fue a averiguar precios mayoristas de
lencería, proyecto que compartieron juntas durante meses. Cuando cortó con
Adela, llamó como al pasar a Beatriz, su amiga de la infancia, que conocía
todos y cada uno de sus pensamientos, pero tampoco ella logró detectar algún
indicio de lo que se avecinaba. Solo hablaron del tiempo y de algunos temas sin
relevancia.
A esa misma hora, Hernán regresaba como todos los días, para darse una
rápida ducha y salir a buscar a sus hijos que terminaban sus prácticas de
básquet en BH. Lamentablemente él no pudo cumplir su objetivo, al ingresar a la
casa, ya patricia lo esperaba desnuda, reposada en la cama matrimonial que
tanto uso le habían dado en esos últimos 45 días. Allí la encontró y como era
de esperar no le gusto lo que vio, no por el muy bien formado cuerpo de ella,
sino por la imagen fuera de contexto y mucho más por lo que vio en sus ojos.
-
Patricia,
tenemos que hablar, esto así no puede continuar, es lindo tenerte en casa, pero
últimamente te estás comportando de una manera muy distinta a como te conocí,
me parece que necesitamos un poco de distancia.
El comentario le cayó como un baldazo de agua helada y en ese instante,
sacó debajo de las sábanas el arma de fuego, calibre 22 y sin decir una
palabra, le descargó cinco tiros, todos dieron en el blanco, todos certeros,
todos mortales.
Según me enteré después por el ayudante del inspector de investigaciones
criminales, Patricia se quedó inmóvil por varios minutos, hasta que de repente
escuchó ruidos en el pasillo de entrada y ahí reaccionó, primero con un llanto
ronco y continuo, hasta desencadenar en uno producto del desquicio.
Se cuentan muchas historias de aquel momento, algunas distan mucho de la
verdad, pero suenan tan creíbles que acrecientan las dudas de todos los que las
hemos escuchado. Prefiero creer la más benévola dentro de tanto horror.
Para cuando Don Mauricio, el vecino de la casa del fondo, alertado primero
por los disparos y luego por el llanto llegó a la casa, Patricia saltó de la
cama y se arrojó sobre el cuerpo sin vida y bañado en sangre de Hernán. Le
pedía perdón a los gritos, como que con ello lograría revivirlo. En el medio de
la locura, del llanto, la sangre y el dolor intenso que le oprimía el pecho,
casi hasta dejarla sin respirar, levanto la mirada y chocó con la de Don
Mauricio que horrorizado presenciaba el más terrorífico cuadro jamás vivido e
imaginado en sus 70 años. Para cuando quiso reaccionar Patricia pareció retomar
la cordura de sus pensamientos, alzó nuevamente el arma, pero esta vez, para
dispararse ella misma en la sien el último tiro que le quedaba.
Ella también murió camino al hospital. El impacto provocado en el pueblo
fue tremendo, cada uno contó a su antojo y con detalles de un triste final que
jamás vieron y que jamás imaginaron en la vida real. Como no podía ser de otra
manera, lo vivieron en su imaginación. Las miserias de los otros, son
maltratadas y avergonzadas hasta el hartazgo,
sin medir consecuencias ni contemplar el dolor de los que quedaron desamparados
por el terrible desenlace.
1 comentario:
MUY BUENO
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