miércoles, 1 de agosto de 2012

Los vaivenes del frío y del calor - Días de locos que le dicen

por Arnold Coss

Cuando yo era chico, en invierno hacía frío y en verano hacía calor.

Durante mi infancia era común que el pasto amaneciera escarchado y que se congelara la superficie del agua en un balde que dormía a la intemperie. Yo no vivía en Alaska sino en Gualeguay, una tranquila ciudad de la provincia de Entre Ríos. Como en invierno hacía frío, uno se abrigaba. Mi madre me abrigaba seguramente demasiado: camisetas de algodón y de lana, camisas leñadoras, pullover, camperas (si había), bufandas y, a veces, una gorra con orejeras. Ahora que lo pienso, casi como si hubiera vivido en Alaska. Pero que hacía frío, hacía frío y en todos lados: en mi casa, en la escuela y en otros tantos lugares que frecuentaba.

En verano, hacía calor y uno se desnudaba hasta donde permitían las buenas costumbres y los usos sociales. El mundo climático de mi infancia era claro en términos de temperatura y uno, a grandes rasgos, sabía a qué atenerse. Después vinieron el calentamiento global, el efecto invernadero y el agujero de ozono, ya no se supo cómo carajo salir vestido y pasó a la historia aquello de guardar la ropa de invierno porque pueden darse 35° en mayo pero volver los 10° ó 12° en mitad de octubre.

Pero el tema no es la fragilidad climática que, en definitiva, tal vez no sea de tal magnitud y a mí me lo parezca porque ahora vivo en el centro, porque con los años cambió mi metabolismo o simplemente porque recordamos lo que se nos da la gana y lo deformamos a nuestro antojo.

El tema es que ese presunto cambio del clima se dio junto a unos maravillosos inventos tecnológicos tales como el aire acondicionado y los equipos frío/ calor que, a su vez, provocaron una mutación de la especie científicamente denominada el ingeniero en refrigeración y calefacción como mi amigo Ricardo Osinalde (el mejor curro que he escuchado). Y ahí sí que la cagamos porque se ha demostrado una mutación más apta y, por lo tanto, dominante del hábitat y ecosistema del ser humano.

Desde entonces, las exageradas prevenciones de mi madre se volvieron inútiles porque abrigarse para un día de 8° resultó inconveniente para sufrir los 26° de un espacio cerrado en el cual uno debe permanecer -por ejemplo, porque es su oficina de trabajo- y lo mismo cuando en la calle el termómetro se clava en 36° y dentro de la oficina, a duras penas, se alcanzan unos 18°. Además, esta mutación refrigerante/ caloventora que, como otras, dice no poder hacer nada porque la temperatura depende del "sistema", parece manejarse con los rigores del calendario antes que con la temperatura ambiente. Entonces, si en julio el termómetro sube a 25°, porque estamos en el mes de julio y en julio, ¡calefacción! Y si en enero baja a 15°, ¡refrigeración! Y ya no se puede ir al cine en verano porque hay que llevar más ropa que para conocer Río Gallegos, ni en invierno porque uno parece estar cruzando las selvas del Ecuador.

Una opción sería volver a guardar la ropa de invierno pero en la oficina y, luego, la de verano -dejar un short y un par de ojotas para trabajar cómodo durante agosto- pero de todos modos quedaríamos indemnes en otro montón de sitios donde estamos obligados a pasar un rato vestidos para otra ocasión.

Éste es el verdadero cambio climático de nuestra época: el que impulsan los mutantes del frío/ calor que, junto a otras mutaciones aún más peligrosas, van a terminar por hacer llover.

 PD: No viene al caso en esta historia, pero no sabía donde carajo meterla. ¿Se acuerdan de haber cazado mariposas durante las interminables hs. de siesta de septiembre, con ramas que cortábamos de los árboles recién florecidos? Me acuerdo de eso y se me cae un lagrimón… más aún si veo a mis hijos compenetrados frente a la computadora, durante horas y horas sin salir a ver el sol.

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